Una de las obras más proféticas y que más me ha impactado en los últimos años fue la novela Sumisión, de Houellebecq (gran amigo de mi amigo Fernando Arrabal) que plantea en la misma dos temas muy candentes: cómo la carcoma emitida diariamente por muchos políticos va deteriorando la sociedad poco a poco hasta destruirla (él pone de ejemplo cómo desde dentro y por los propios franceses el Islam se impone en Gabacholandia) y cómo las pequeñas cosas diarias: el buzón lleno de correo basura, las facturas de las compañías telefónicas, las comisiones de los bancos, lo mal que funciona la Administración, que al otro lado del teléfono te conteste una máquina o una operadora que está en Marruecos o en Argentina (sabés vos) cuando tienes un problema y te vuelvas loco con la explicación… pues todo eso te va agriando la vida. Es decir, la perversión total de la sociedad (que es lo que está pasando en España) y los minimultiproblemas que te acumulan y provocan a diario, forman una verdadera bomba de relojería que desemboca en ciudadanos completamente pasados de rosca que acaban siendo fagocitados y cediendo a la carcoma porque no quieren complicarse la vida. O sea, acaban siendo absorbidos por el sistema que está ahora controlado por los antisistema con excesivas veleidades totalitarias. Y sobre esa sumisión, en este caso valentía, tenemos un caso clamoroso estos días: un abogado del Estado, Edmundo Bal, que llevó el tema del golpismo en Cataluña, o sea que defendió la Constitución, se haya plantado ante los tejemanejes de la ministra de su Justicia, y ha dicho que él no va a firmar lo que le diga su jefa porque no se ajusta a derecho. Eso es una maravilla: una isla en esta España rebosante de paniaguados de todo signo y condición.