Lo más previsible es que en Andalucía se repita, tras este domingo, algo semejante a lo que está sucediendo en el resto de la nación: una etapa de desgobierno, o de gobierno más o menos en funciones, en busca de pactos para alcanzar una mayoría suficiente. Pactos que resultarán, ya lo verán, muy onerosos. Sobre todo, para los ciudadanos: los partidos siempre sacarán algo de rédito, que más vale pisar una esquina de la alfombra del poder que pisar, encima en invierno y descalzos, la fría loseta.

Es decir, que esa crisis política que se extiende sobre España desde hace tiempo, pero de manera muy especial desde hace tres años, probablemente tendrá su versión andaluza: a ver con quién, cómo y cuánto logra pactar Susana Díaz para, aunque sea en precario equilibrio, mantenerse en San Telmo otros cuatro años. Y eso será solamente el comienzo.

Porque ya nos hemos instalado en una larga precampaña electoral que llegará hasta ese ‘superdomingo’ de mayo en el que votaremos europeas, municipales y muchas autonómicas. Y quién sabe si también las generales, aunque cada día me inclino más a pensar que, así, Sánchez no llega a entonces --seis meses vista, apenas-- ni loco.

Lo intentará, claro que lo intentará, pero su soledad, aunque esté amenizada por encuestas benignas, aunque vaya a alegrarse con los resultados --no buenos, pero tampoco catastróficos-- de su no tan amiga Susana Díaz, es cada día mayor. Hace tiempo que no confía en el abrazo del oso de Pablo Iglesias, que era el único cómplice que le quedaba. Hace tiempo que sospecha que el diálogo con los independentistas catalanes, que la vicepresidenta Calvo sigue intentado en Barcelona, no va a funcionar.

Hace tiempo que teme que el ‘juicio del siglo’ contra los independentistas acabará en desastre... Claro que, de todo ello, Sánchez no tiene toda la culpa, ni siquiera la mayor parte de la culpa. Le ha tocado gestionar una herencia envenenada del Don Tancredo que se marchó silente y así sigue, sin dar explicaciones, ni cooperación siquiera a los suyos. Nada. Se ha ido, como toda una generación de ‘populares’ y antes de socialistas, para no volver.

La responsabilidad de Pedro Sánchez es apenas la de no haber cumplido con lo que muchos interpretaron como una promesa: hacer ‘pronto’ elecciones. Defina ‘pronto’, señor presidente, porque sospecho que casi nadie va a coincidir con su relajada medida de los tiempos. El caso es que España necesita acuerdos, diálogos, pactos, planes de futuro, regeneración, y solo tiene una permanente campaña electoral, llena de ocurrencias, en la que todos están contra todos.

Hoy es Andalucía el reflejo de un electoralismo de sal gorda, en busca de la poltrona del poder y punto. Puede que alguno(s) caiga(n) tras haberse agotado en la batalla. Puede que asistamos a un nuevo capítulo de la película titulada ‘Extraños compañeros de cama’, o que tengamos una sesión doble, con otro reestreno, ‘donde dije digo sobre pactos, digo Diego’. Eso, a partir de mañana en Andalucía.

Pasado mañana, todos los demás. ¿Por qué se extrañarán del desapego ciudadano ante la cosa política?