No creo que un ser humano pueda desear para otro ser humano, que no le haya hecho mal, algo que no sea bueno. «¡Iluso!» Dirán algunos. Quizá tengan razón. Pero qué quieren que le haga. Escribo esta reflexión a pocas horas de la cena de Nochebuena, que cuando esto se publique ya quedará lejos. En casa están preparando un rosbif de buey en hojaldre con tomatitos. Tal vez haya de entrante una ensalada de langostinos con salsa de mango, que a mi madre le sale de vicio. Para el postre seguro que cae más de una barra de turrón de chocolate y Cointreau que hacen las monjas del monasterio de Santa Clara en Palma de Mallorca. La recomiendo a quien quiera probar un postre distinto en Navidad. No todo tiene que ser tradición en los monasterios. Soy afortunado por poder recomendar estas cosas a través de unas líneas en el periódico. No lo pasarán tan bien las 138 personas que arribaron a nuestras costas el 23 de diciembre subidas en embarcaciones precarias. Ni las otras tantas que lo hicieron el mismo día que escribo esto. Tampoco las 310 personas rescatas por el Open Arms que van camino de Algeciras. No mareemos tanto la perdiz. Nadie se aventura a lanzarse a alta mar en esta época del año, a veces sin saber nadar, por gusto ni por capricho. Seamos compasivos con esta gente en el sentido empático de la palabra. Hay mafias que se aprovechan de esta situación. Claro. Pero abandonar a esta gente a su suerte es como acusar a un esclavo por su esclavitud. Brindo por todos aquellos que dedican su vida, independientemente de la fecha, a ayudar a aquél que lo necesita. Sea en el mar, en tierra, con el extranjero o con el de aquí. Felices fiestas.