P rimero cerraron las tiendas de discos, los cines y los teatros. Luego llegó el turno de las librerías, de los periódicos y de las tiendas de toda la vida. La globalización nos permite tenerlo todo pero a cambio nos arrebata otras libertades. Eso sí, tras cada cartel de ‘liquidación’ nadie coartó a quienes dejaron de ser sus clientes, los amenazó, ni cortó calles.

Ver languidecer a un sector es duro, pero eso no justifica que podamos tomarnos la ley por nuestra mano e imponer su permanencia usando a los ciudadanos como rehenes. Estos días somos muchos los que hemos viajado a Madrid desde ciudades de todo el mundo, volando a un aeropuerto sitiado y con miedo.

Como periodista siempre he defendido la libertad de manifestación como herramienta de presión ante el abuso de poder, tal y como recoge nuestra Constitución, pero cuando se “secuestra” a quienes pretendes que mañana sean tus clientes, es que no has entendido el significado de esas palabras. Cientos de ibicencos nos hemos desplazado hasta la Feria Internacional de Turismo donde nos han quitado el protagonismo que merecíamos, convirtiéndose ellos en noticia. Carreteras cortadas, barricadas, amenazas y agresiones a agentes han sido las armas lanzadas por los taxistas de la capital para defender su monopolio e impedir que otras empresas compitan en el mercado del transporte público.

No es que no entienda a un gremio que defiende su permanencia, es que no se justifica que lo haga por la fuerza. He visto despedir a cientos de compañeros y cómo mi emisora de radio cerraba. Nosotros, los periodistas, quienes hemos cubierto siempre las injusticias de los demás, les hemos dado espacio en portadas e informativos, nos hemos reciclado, seguimos luchando y escribiendo, para defender la verdadera libertad: la de todos. ¿Se imaginan que hubiésemos decidido inventar noticias, o dejar de darlas, que hubiésemos secuestrado la libertad de prensa para rugir ante un intrusismo exacerbado, un lobby que ha reducido nuestros sueldos, nos ha convertido en autónomos a la fuerza y en el que todo vale? ¿Y qué me dicen de los fotógrafos, que hoy ven que cualquiera con un teléfono puede hacer su trabajo, de los diseñadores de moda, que asisten impotentes ante la importación de prendas de bajo coste o ante los ultramarinos, que no pueden competir con las grandes superficies? ¿De verdad pretenden que nos creamos su proclama de “nuestra lucha es vuestra lucha” cuando lo único que hemos visto ha sido que nuestra libertad no les importa?

Señores taxistas de Madrid y de Barcelona, no cuenten conmigo, no me subo en este chantaje para el que me han intentado usar como rehén, y el fin jamás justifica los medios. Me vuelvo a las profundidades del metro o probaré los servicios que tanto denuncian de Uber y Cabify; les ha salido el tiro por la culata.