Cardona Tur fue un ibicenco que hizo una carrera eclesiástica electrizante en Madrid. En 1892 un tal «X» (así firmaba) envió una carta al periódico madrileño La Unión Católica titulada «Desde Ibiza» en la que se regocijaba porque Cardona había sido nombrado obispo de Sión. En esta misiva de «X» se perciben entre líneas cosas interesantes sobre nuestra isla que en realidad siguen siendo muy actuales. En la carta se lee que en Ibiza están todos muy contentos y jubilosos por el nombramiento del obispo; o sea que el ascenso al episcopado de un paisano en Madrid deja una «alborozada Ibiza, sacudiendo su proverbial indolencia». Está claro que el señor X ibicenco es católico, apostólico y romano, pero hace hincapié en que solo alguna fiesta rompe la tranquilidad y el sosiego de los isleños. Ibiza, añade, «no sale de su atonismo y de su indiferencia semiárabe». Vamos que ya puede arder Troya en lo político que la vida ordinaria ni se altera. Eso pasado a palabras de hoy creo yo que significaría que tanto monta un buen gestor que una transfuga o una que no culmple con el código ético y en realidad lo mismo nos da un Balti o el de las Anchoas de Cantabria o un Winston Churchill. En septiembre de 1892 vuelve a la carga Mr. X y manda otra carta a La Unión Católica. El tema no puede ser más actual, pues señala X que «una especie de dependencia feudal nos tiene atados [a Ibiza] al carro político de Mallorca». Hace una distinción entre la política mallorquina y la ibicenca (estamos en 1892): «Allí, en Palma, se amaña todo, incluso la forma y extensión de las cuestiones electorales. Aquí se concitan los rencores, los odios, se inician las rencillas, se rompen las hostilidades». Siempre es interesante saber de dónde venimos para saber adónde no deberíamos volver.