La manifestación del pasado domingo en Madrid, donde había muchísima gente aunque la maquinaria de propaganda oficial intente hacer creer lo contrario, es el inicio de lo que llegará a Baleares, España y previsiblemente también en Ibiza, aunque en menor medida. Los futuros gobiernos estarán formados por PP, Ciudadanos y Vox, como en Andalucía y no siempre en este orden, pero parece bastante claro que gobernarán. Y eso, claro, ha provocado muchos nervios entre la izquierda experta en diseñar discursos políticos. Son fachas, trifachitos, y hasta fascistas todos los partidos de derechas, y no hablemos de aquellos que ondean una bandera española en un acto púbico. Instalados en los años 30, cuando el fascismo irrumpió en Italia de la mano de Mussolini, en España el discurso más de 80 años después sigue siendo el mismo. Lamentablemente las muchas generaciones que hemos vivido en estos años no hemos aprendido nada de la historia, ni de los radicalismos, y cualquiera que defienda la unidad de España es consecuentemente un facha. Lo dicen altos cargos políticos, e incluso las cuentas oficiales de partidos de izquierdas. Los medios públicos también hablan de ultraderecha, aunque en realidad les gustaría usar el término facha. Porque los que hay ahora, claro, son los únicos que pueden dar lecciones de democracia. Yo comprendo la incertidumbre que generan las próximas elecciones, pero no por repetir las palabras fachas y fascistas tendrán más votos y convencerán a más ciudadanos. El error estratégico es mayúsculo. Que algunos sigan creyendo que la mayoría de los ciudadanos somos tontos y que nos tragamos estos discursos fruto de la desesperación. Como suele decirse, las elecciones se pierden, no se ganan. Y muchos de los que gobiernan las perderán por méritos propios, no por el auge del «fascismo».