En nuestras Islas de Ibiza y Formentera tenemos la suerte de contar con parroquias con buenos sacerdotes en todos los pueblos y en consecuencia, casi todos los días, y muy especialmente los domingos tenemos las celebraciones de la Santa Misa Y a ello van personas que con amor a Dios, escuchan atentamente sus palabras, le dirigen sus oraciones y peticiones y acogen a Dios por medio de la comunión.

Si una persona vive y disfruta de lo que es la Misa es bueno que eso lo transmita a los demás. Yo puedo contar que mi padre y mi madre eran personas así y en consecuencia no sólo iban a Misa ellos sino que a mí y a mis hermanos nos hacían ir a Misa los domingos con ellos; nos hacían muchas cosas buenas y una de ellas era la asistencia a la Santa Misa. Y mis hermanos se formaron así y casados han hecho eso con sus hijos. Importante es, pues, que asistiendo a la Misa y viendo lo bueno y necesario que es, pues que eso lo transmitamos a los demás: a los familiares, a los amigos, a los compañeros de trabajo, etc.
La Misa es un acto muy importante de nuestra Santa Religión, porque es la renovación y perpetuación del sacrificio de Cristo en la cruz, que lo hizo a favor nuestro. En la Misa se reactualiza el sacrificio que de su propia vida hizo Jesucristo a su Eterno Padre en el calvario, para que por sus méritos infinitos nos perdone a los hombres nuestros pecados, y así podamos entrar en el cielo. Por eso la Misa es el acto más grande, más sublime y más santo que se celebra cada día en la Tierra. A este respecto, decía San Bernardo: «el que oye devotamente una Misa en gracia de Dios merece más que si diera de limosna todos sus bienes».

El Sacramento de la Eucaristía: es el Sacramento del Amor, en que Cristo Jesús nos ha dejado el memorial permanente de su entrega total por amor en la Cruz. En la Eucaristía, el mismo Señor se da como la comida que nos da la Vida y se queda permanentemente presente entre nosotros para que, en adoración, contemplemos su amor infinito. Esta es nuestra fe católica de la que hacemos pública profesión y general ofrecimiento al mundo en la procesión de este día.

La Santa Misa es el centro de la vida de la Iglesia y de todo cristiano; es la fuente de la que se nutren y la cima hacia la que caminan. Sin la celebración eucarística no habría Iglesia; y sin la participación plena en ella, la vida de todo cristiano languidece, se apaga y muere. En cada Eucaristía actualizamos el misterio Pascual: se hace actual la entrega total de Cristo hasta la muerte por amor hacia la humanidad para unir a Dios con los hombres y a los hombres entre sí. El Señor Jesús mismo nos invita a su mesa, nos sirve y, sobre todo, nos ofrece su amor: Él se nos ofrece y se nos da a sí mismo en comida para unirse con nosotros. La comunión del Cuerpo de Cristo nos une con el Señor y, a la vez, crea comunión entre todos los que comulgamos su Cuerpo, de modo que formamos su Cuerpo, la Iglesia. La Eucaristía crea y recrea la comunión eclesial, de los cristianos, la nueva fraternidad que no admite distinción de personas ni conoce fronteras.

Por todo ello, la Eucaristía tiene unas exigencias concretas en el día a día, tanto para la comunidad eclesial como para los cristianos. La Iglesia, cada comunidad eclesial y cada cristiano están llamados a ser fermento de unidad y testigos activos del amor de Cristo, que celebran y del que participan, para que llegue a todos, pues a todos está destinado. Y participando en la Misa se nos anima a ser caritativos y ayudar a todos, especialmente a los más necesitados, sin excluir a nadie porque así lo hizo Jesús.

Que sea una actividad buena en nuestros años de vida en la tierra participar habitualmente en la Misa, y acogiendo allí la Palabra de Dios, unidos a Él en la comunión, nos preparamos para la vida eterna en el cielo.