Los medios de comunicación de Ibiza divulgaron hace unos días una noticia que en su mayor parte ha pasado desapercibida por la vorágine de información que inunda casi al minuto el día a día, pero que merece un pequeño análisis o, al menos, una reflexión más detenida. El titular de la noticia decía que «el 89 por ciento de los conductores que se sometieron al drogotest en Ibiza en enero dieron positivo», es decir, que la Policía Local de Ibiza sometió a la prueba de detección de estupefacientes a 46 conductores en diferentes controles de tráfico, y de ellos, nada más y nada menos que 41 dieron resultado positivo.

Treinta fueron hombres y once mujeres. Según la misma información, en 17 casos la sustancia detectada fue THC, el principio activo del cánnabis; en otras 15 pruebas el consumo fue de cocaína, otros 7 conductores habían tomado anfetaminas, y a los últimos dos se los interceptó después de haber tomado opiáceos. Los controles se hicieron en diferentes puntos de la ciudad, en horario nocturno y de forma aleatoria. Ese 89% de casos positivos es altísimo y además estamos en invierno, no estamos en temporada alta. Es común en algunos ámbitos ligar las conductas de riesgo como el consumo de estupefacientes y la ingesta excesiva de alcohol a los locales de ocio, pero el porcentaje de establecimientos abiertos en Ibiza de ese tipo en el mes de enero es ínfimo, lo que demuestra que el problema es básicamente social y no está vinculado exclusivamente a un sector, si bien es cierto que en estos establecimientos se vende y consume alcohol.

Así pues, estamos ante un problema de salud pública con importantes repercusiones familiares, laborales, sociales, sanitarias, económicas y de seguridad que debe ser abordado desde una perspectiva amplia. Afrontar el problema con una postura reduccionista y simplista en cuanto al origen conlleva fracasar en el diagnóstico y, por tanto, errar en las posibles soluciones. En Baleares, por ejemplo, los jóvenes se inician en el consumo de alcohol a los 17 años, pero el problema tampoco está sólo entre los más jóvenes, ni es exclusivo de turistas incívicos. Hace unos días expertos europeos en prevención de adicciones se reunieron en Palma para abordar el problema del turismo de borrachera y llegaron a la conclusión de que falta valentía y determinación para atajar las conductas de riesgo. No basta con regulaciones restrictivas, sino que hay que empezar por la prohibición de venta y consumo de alcohol en aeropuertos y vuelos, advirtieron, pero es evidentemente que además de incentivar el turismo responsable también hay que atacar la oferta agresiva de alcohol en determinados locales y comercios de la oferta complementaria. El problema es la facilidad que existe para acceder al consumo, por lo tanto, es necesario mayor vigilancia y control, mayor prevención y concienciación, además de inculcar hábitos saludables. La presidenta Francina Armengol dijo en ese mismo encuentro de especialistas europeos que «la solución tiene que ser transversal», pues el problema, incidió, «no radica en un único sector». De este modo, Armengol también renuncia ‘a priori’ a simplificar el origen y estigmatizar a determinados sectores. El problema de las adicciones es complejo, exige el compromiso de todos y un verdadero consenso en la aplicación de soluciones.