Esta semana nos hemos enterado de que el Ayuntamiento de Ibiza vulnera sus propias normas de esquizofrénica Ley Seca y se cuela, como un milagroso tronco a la deriva al que se agarra el náufrago vital, un vasito de vino en alguno de sus actos. Eso significa que todavía hay esperanza contra el totalitarismo de tanto talibán de uniformado chándal y cultura de revista. ¿A alguien se le ocurre gustar una sobrasada con una coca-cola o un zumo de naranja de tetabrick? Tal aberración va contra el arte de vivir y es directa culpable de la epidemia de diabetes en el vanidosamente llamado Primer Mundo.

Tengo amigos abstemios y macrobióticos que se burlan de mis hábitos dipsómanos; pero al menos no me imponen sus gustos cuando me invitan a comer. Como el alegre gurú Allan Watts, porto una petaca para semejantes convites y, si es necesario para mantener la paz, fumo mis puros fuera de sus casas, pues en general ellos son adictos a otro tipo de plantas solanáceas que a mí me sientan espantosamente. Normalmente estoy en guardia, pero en la pasada madrugada, tras probar una miel a cucharadas que –luego lo supe— procedía del cannabis, salí desnudo a tumbos de plantígrado a un jardín encantado donde fui devorado por una niebla más densa que ni las Highlands escocesas. Entonces vislumbré la cara oculta de las brujas del norte de la isla, que haberlas haylas. Confieso que eran maravillosas y se divertían con mi bruta figura, pero te cuentan historias para arrancarte el corazón como aquellas que Sherezade inventaba para salvar su cabeza.
Ah, cuestión de gustos…