Fui educado en el Colegio Sagrat Cor de Palma, en Son Espanyolet. Afortunadamente para mí, formé parte de la primera promoción de niños que el centro admitía, pues antes era exclusivamente femenino. Éramos pocos chicos en comparación con ellas, quizás un 15%. Rodeados de niñas permanentemente, aquello marcó mi infancia. Imagino que también la del resto de alumnos. En los actos colectivos, los profesores -a veces las religiosas- se dirigían a todo el alumnado en femenino. «Queridas alumnas...», exclamaba Covadonga, la recia y severa directora -religiosa, por supuesto-. Ellas eran la mayoría y las actividades a menudo estaban pensadas solamente o mayoritariamente para ellas. Lógico. A pesar, o quizás gracias a ello, presumo de haber tenido la mejor educación básica que nadie podría desear. Mi EGB fue esencialmente femenina. Y me siento muy agradecido por ello.

Luego quiso el destino que mi primer trabajo, a los 16 años, fuese en Ambulancias Insulares, año 1990. No había mujeres. No podrían cargar el peso de un anciano que no pudiera moverse, de una persona en silla de ruedas, de un accidentado, se decía entonces. Ahora es muy común ver a conductoras de ambulancia. Eso que hemos avanzado. Entonces solo había compañeros. Y aunque no tengo queja de mi experiencia allí, se notaba la ausencia femenina. A veces de forma asfixiante. Un tiempo más tarde fui a peor, porque ingresé en la Guardia Civil, año 1992, donde las mujeres eran poquísimas.

Raramente veías una y aún menos trabajabas con ellas. En la Agrupación de Tráfico, donde obtuve destino en 1995 en Palma, no había ni una sola. Y eso sí que era asfixiante. El machismo lo impregnaba todo. Nadie sabe cómo deseaba tener mujeres compañeras y aún más, mandos. ¡Qué diferente hubiese sido todo! Hoy en día eso ha mejorado un poco, pero no lo suficiente.

Ahora tengo la suerte de dirigir una redacción donde la mitad de periodistas son mujeres. Adoro trabajar con ellas. Mucho más que con ellos y conste que no me quejo. Somos mitad y mitad y es lo más práctico y lo mejor. No hay brecha salarial y no hay distingos. Se asciende por méritos, no por cuotas. Y aunque soy consciente de que ellas deben luchar más por ser mujeres, sé que en general, están más capacitadas y lo hacen todo mejor. Me declaro feminista por convicción, porque he trabajado sin ellas y con ellas. Y no hay color. Su lucha es mi lucha. Pedro Zerolo me convenció de ello y es hora de decirlo alto y claro.