La frase que da nombre a esta columna no es mía; la tomé de la vicepresidente feminista Carmen Calvo para titular un episodio que viví en una calurosa tarde de agosto ibicenco. Un hombre visitaba a los niños intoxicados de unos amigos, ingresados en una clínica de ibiza, cuando sonó su teléfono.

- ¿Dígame?
- ¿Es usted fulano de tal?
- Sí, ¿quién es?
- Es la Policía Nacional, debe usted venir a comisaría para un asunto que le afecta.
- ¿Cuándo?
- Lo antes posible.
- Denme 10 minutos.

A las 18:15 h. sentado en un despacho de los sótanos de la comisaría, escuchó que tenía una denuncia de su esposa - le había pedido el divorcio 3 días antes - acusado de violencia de género. 12 años de vida sentimental se desmoronaban.

Tras un exhaustivo interrogatorio, entregó su reloj, su dinero, su móvil y el cinturón que sujetaba sus bermudas. Tenía derecho a una sola llamada. Después, como un criminal más, mancharon sus manos con tinta negra para obtener sus huellas, primero los dedos, despues las palmas de sus manos, colocándolo a continuación contra una pared para disparar tres fotografías. No era una película, acababa de ser fichado.

Al nuevo criminal le dieron una fría celda y un negro colchón para pasar encerrado una noche irreal y kafkiana, donde hasta el aire parecía faltar. Nada que leer, nada con qué escribir, solo pensar y digerir el mazazo de entender que su mujer y una ley marxista-feminista le encerraban. 3 metros por 3 metros dieron de sí 4 kilómetros de paseos interminables. Conciliar el sueño fue imposible entre la angustia de verse allí y los gritos de los detenidos que iban llenando los calabozos segun pasaban las horas.

Tras amanecer, los policías hicieron una cuerda de presos, que esposados de dos en dos fue introducida en un vetusto furgón. 15 minutos después, en la acera frente al juzgado, esperaban las cámaras de la prensa. Hacinado en el calabozo del juzgado con varios detenidos, pasaron otras 6 eternas horas hasta que la juez, una mujer, le tomó declaración.

A las 3:48 de la tarde se le escaparon varias lágrimas cuando su hermano le abrazó en la calle. La juez lo había liberado sin ninguna medida cautelar.

Este episodio ocurrió en otro viernes feminista más, el día favorito para presentar falsas denuncias por falsa violencia y si sale bien te comes 3 días preso. Son denuncias diseñadas para difamarte y que te ablandes ante las peticiones de los asesores feministas, expertos en maldades con la ley de género. Dos días después, lunes, el juez archivó el caso sin siquiera celebrar juicio.

La víctima protagonista de este relato es un vecino de ibiza y coordina la formación política ACTÚA-VOX. Ni fue indemnizado ni la mujer fue acusada por denuncia falsa. Para cerrar este diabólico círculo, muy pronto será de nuevo difamado, ahora desde partidos de izquierda porque fue denunciado con esa maquiavélica e inconstitucional ley.

A aquellos basureros que pretendan sacar provecho político de este suceso, tergiversando y retorciendo la verdad con objeto de difamar a mi partido o a mí, les prometo una querella. No me den las gracias. Se las deben a quienes me acompañan en este proyecto ibicenco de VOX, mujeres y hombres de distintas nacionalidades, condiciones sexuales y sociales, comprometidos y dispuestos a enfrentarse a los despropósitos irracionales, injustos y criminales de la izquierda - motores del odio - que el marxismo cultural alienta en su nueva lucha de clases, la de género, responsable de levantar nuevos muros que impiden la reconciliación ante una crisis sentimental de una pareja que se quería y podrían haber superado. Ganó el odio marxista.

Hace días, uno de esos que lucen la imagen del Che mientras moralizan a esta burguesa sociedad liberal que disfrutan a manos llenas, me decía jactancioso en un restaurante de moda: “si todas las detenciones de hombres inocentes evitan una sola muerte, están justificadas, Pepe”. Cuando hice ese razonamiento con los crímenes de la inmigración - ¡detenlos a todos! - me pintó de fascista.

Recuerden: «Cualquiera que tenga el poder de hacerte creer idioteces, tendrá el poder de hacerte cometer injusticias». Voltaire.