Aguilera se siente ninguneado en el Parlament y ha tenido la ocurrencia de denunciar su situación nada menos que a la Inspección de Trabajo para, supongo, que vaya un inspector y vea en vivo y en directo, sus condiciones laborales. Va a entretener a un inspector (incluso a hacerlo trabajar un ratillo) con su ocurrencia, cuando hay gente verdaderamente explotada. Yo creo que el diputado Aguilera es un privilegiado porque tiene muchas prebendas por una actividad que, como la de casi todos los políticos, revierte poco en la sociedad que le paga de maravilla. Cuando estaba Antich de diputado en Madrid recuerdo que lo veía los jueves a las ocho de la mañana yendo al Congreso (luego al Senado) con la maletita de viaje porque iba unas horas al hemiciclo y luego a Palma a pasar el weekend, y el martes de vuelta al centralismo, a relajarse y a apretar de Pascuas a Ramos el botón del escaño a la hora del voto. Conozco a muchos diputados nacionales y hasta algunos que son nacionales y no se sienten nacionales y si les digo la verdad, no pegan ni palo al agua, están en la poltrona con el móvil o jugando a no sé qué juego como hacía la Villalobos. Encima, resulta, que ahora los máximos líderes de Estado concilian la vida laboral con la doméstica y ahí tenemos a Iglesias con sus churumbeles, pudiendo pagar perfectamente a varias mucamas para que los cuiden en su mansión de Galapagar. Se imaginan a Churchill pidiendo a los ingleses sangre, sudor y lágrimas y al poco irse a su casa de campo porque ha tenido un hijo y tiene derecho a la baja paternal. Y eso es lo que le ha pasado a nuestro Salva Aguilera, que quiere que la inspección de trabajo levante actas en el sitio donde mejor se vive del mundo. Desde luego, hay castas.