Están reformando un salón de juegos que hay cerca de mi casa. Paso todos los días por esa acera una media de cuatro veces y nunca me había parado a pensar qué se hace dentro. Ya me entienden, sé lo que hay y a qué se va, pero nunca he pensado quién lo visita y si lo hace por algún motivo. El otro día tuve una conversación sobre ludopatía en la que, por primera vez, fui consciente del problema que supone sufrir esa enfermedad; porque sí, es una enfermedad que muchos intentan catalogar de vicio, como se hace con el alcoholismo o la drogodependencia. Con esto no quiero decir que todos los que acudan a un sitio de estas características sean ludópatas, pero proliferan cada vez más los salones de juego, los bingos, etc. Y no solo en Ibiza, se extiende a todas las ciudades. Los datos son alarmantes y es que la cantidad de población afectada supera, con creces, el necesario para que la ludopatía se considere una epidemia social. Para el empresario es un negocio más, pero ¿qué pasa con los ‘adictos’ a las máquinas que hay en estos locales? ¿Por qué hemos decidido ponerles la etiqueta de ‘viciosos’ en vez de pensar en lo que están sufriendo y en la familia que se están cargando? Esto es como fumar, es malo pero lo haces porque estás enganchado, con la diferencia de que -respecto al tabaco- nos bombardean con campañas para dejarlo. ¿Creen que hay campañas igual de potentes para limitar el juego? Desde mi punto de vista, no. De hecho, creo que es un problema que pasa de puntillas en las instituciones. Es más, creo que no es un problema para ellas porque, si lo fuera, intentarían ponerle remedio. No nos olvidemos de que el juego es juego… hasta que deja de serlo.