La sensación de colapso medioambiental es compartida ya por una gran parte de la población. Comprendemos que este mundo tiene unos recursos limitados que han sido explotados hasta llevar al planeta a la enfermedad. También compartimos que la causa está en el sistema económico. La realidad se estructura a través de este modelo económico, desde la célula familiar hasta las superpotencias internacionales: quien tiene más dinero, tiene más poder.

Es, a gran escala, el mismo problema que vivimos en la isla de Ibiza. Terreno finito, recursos limitados, y una tendencia natural del sistema económico al crecimiento sostenido que devora más y más recursos.

En Ibiza, conocemos de manera clara, lo que ya dislumbramos a escala planetaria: sobreexplotación de recursos, techo poblacional, y la necesidad de realizar un planteamiento ambicioso que nos obligue a cambios estructurales. Iniciar aquí también lo que en los países anglosajones llaman el ‘Green Deal’ en recuerdo al revolucionario ‘New Deal’ de Roosevelt: que la economía verde se convierta en la palanca para transformar la sociedad.

Convivimos con un sistema económico equivocado, que razona solo en términos monetarios y, fruto de ello, sufrimos una economía depredadora y especulativa que crea desigualdades e injusticias. La riqueza de un país se mide por el PIB, cuando su aumento no va ligado al progreso y en el que se incluyen la venta de armas, pero no, por ejemplo, el 41% que suman los cuidados en el hogar realizados, en su inmensa mayoría, por mujeres.
El mundo está concebido desde el punto de vista de un hombre que busca beneficios económicos y hará todo lo posible para encontrarlos, si eso pasa por destruir el planeta y proporcionar inseguridad, infelicidad e injusticia, pues que pase.

Los movimientos ecologistas tenían más razón de la que les hubiera gustado. Hace mucho se pasaron todos los límites, las alarmas del calentamiento global saltaron hace años y aún hay minorías que entorpecen con teorías negacionistas. Y peligra nuestra supervivencia como cultura e incluso como especie. En un mundo que necesita cada vez más recursos, hay que poner la vida de la humanidad y la del planeta en el centro. Mirar hacia la sostenibilidad del planeta no es ya recomendación sino obligación apoyada por datos ineludibles.

La apuesta por el ecologismo ha tenido siempre un difícil encaje político y generalmente, ha quedado relegada a puestos discretos o inexistentes en los programas electorales. Hasta hace muy poco, políticos de todo signo seguían obviando la relación de causa entre las crisis socio económicas y los problemas medioambientales (incluso las crisis migratorias).
No hay más tiempo para pensárselo, el mundo no puede seguir girando en una inercia exclusiva de búsqueda de beneficios y explotación sistemática del planeta y de las personas más débiles.
Para las próximas elecciones, solo Podemos incorpora de manera transversal el ecologismo y la intención de poner los cuidados y la vida en el centro. En el caso de la isla de Ibiza, ésta debe ser la oportunidad para colocarnos en la vanguardia de las políticas verdes.
Es un tópico que se repite hasta la saciedad, aquel que afirma que la isla de Ibiza, por su tamaño y características, es un espacio magnífico para ser usado como banco de pruebas para políticas ambientales transformadores. Quizás por eso, por repetirlo tanto, se ha convertido en un mantra al que hacemos poco caso. Afortunadamente, desde el Consell d’Eivissa -y con el apoyo de la Unión Europea- se ha puesto en marcha una iniciativa de la que no podemos quedar descolgados: Europa quiere usar las islas como punta de lanza para lograr territorios energéticamente sostenibles y renovables. Ha escogido una veintena de islas de todo el continente y una de ellas es la nuestra. Ibiza recibirá seis millones de euros para impulsar la transición energética. Es un orgullo participar en este proyecto.

La transformación ambiental y las energías limpias no sólo suponen una mejora en nuestra calidad de vida y nuestra salud, sino que también diversifican la economía y abren nuevas oportunidades de negocio. Los avances tecnológicos deben permitir que la planta hotelera sea energéticamente autosuficiente, o que se evoluciona hacia la eliminación del plástico de un solo uso en nuestra industria turística. Ibiza, que siempre ha sido avanzada y pionera, también debe abanderar la revolución verde y convertirse en un modelo a seguir, el del turismo respetuoso con el medio ambiente.

Las posibilidades son inmensas y me consta que este entusiasmo es compartido por muchos empresarios de la isla que han entendido que la sostenibilidad y que un trabajo de calidad y con buenas condiciones laborales representan una importante mejora no sólo de su imagen corporativa, sino que también comporta beneficios económicos. Necesitamos de todos y todas para remar en este proyecto.

Toca emplazar otros sistemas que, sin perder rentabilidad, permitan que el medio ambiente y las personas que habitan en él sean los verdaderos beneficiarios. Poner la vida en el centro. Apostar por los circuitos cortos de comercialización, que reporten beneficios a agricultores; restaurar la vida rural como una oportunidad valiosa para crecer en salud, respeto medioambiental y nuevos mercados.

Hay una alternativa que cuida y que sabe que desplazando al capital especulativo y poniendo a las personas y el medio ambiente como indicadores de la riqueza de un país, se puede lograr una sociedad que progresa unida e igualitaria sin necesidad de destruir el planeta. El pasado 15 de Marzo, la juventud salió a las plazas con pancartas de: ‘No hay planeta B’. Y no lo hay, es cierto. Tampoco tenemos una isla de recambio. Pero digamos toda la verdad: sí hay opción B.