La editorial Documenta Balear, dentro de su colección plural, acaba de editar un libro coordinado por la profesora de la UIB, Carlota Vicens Pujol, titulado «Islas de las cien voces» en el que participan una docena de investigadores que tratan aspectos de algunos viajeros estabulados o no en Baleares. Respecto a Ibiza, este volumen contiene un magnífico, y muy bien pensado y escrito, artículo de la poetisa y ensayista Helena Tur Planells sobre las estancias del gran filósofo Emile Cioran (1911-1995) que estuvo un par de veces en Ibiza (una de ellas en 1966, en Talamanca) intentando hacer algo que en su caso era imposible, encontrarse a sí mismo. A Cioran no le gustaba bañarse, ni tomar el sol, ni hablar con nadie salvo con un par de albañiles que le pillaban cerca y con los parroquianos de un bar. Cioran ve Ibiza como el paraíso perdido, aprecia in situ como llegan a la isla los trajines, las necesidades superfluas, está seguro que a los ibicencos se les va escapando la felicidad y tranquilidad casi eterna de la que disfrutaba. La Ibiza de Cioran es admirable pero también es discutible, porque la Isla no siempre fue un vergel y hubo períodos de hambrunas, miseria y de emigración. Por otra parte reducir a Ibiza a lo básico y a los ibicencos a la esencialidad para que el escritor de turno encuentre su espiritualidad, me parece una postura ciertamente egoísta. Otra cosa es que haya que planificar la marabunta del turismo como, ya decía Cioran, y dijo el otro día Miquel Barceló en La Sorbona y, sobre todo, que la playa por la que tanto paseó y reflexionó Cioran esté llena de vertidos porque nadie es capaz de exigirle a Armengol que queremos depuradoras en condiciones. Nadie se encuentra a sí mismo en una playa llena de inmundicia, ni siquiera Cioran.