Tú, que estás aburrido en casa; que no te acabas de encontrar a gusto contigo mismo. Has acabado la temporada en el hotel y ya hay más humedad en el ambiente. Las mañanas son casi más frías que las noches, como la sensación térmica de estar dentro o fuera de casa. Crees que tienes que hacer algo con tu vida y no sabes qué. Tal vez, no sé, te sientes un tipo apático. O simplemente eres alguien inquieto que coquetea con la sensación otoñal de que ya no hay vestigios del ‘retarse a uno mismo’.

Abres los ojos; es como verte echar a andar. Y no paras. Te ves reír y llorar a la vez. En semanas que caben en los dedos de una mano eres Fidipides llegando a Atenas, Calvià. Te anuncias tu victoria. Pero no te dices parar. No sientes la humedad; tú quieres el frío. Valencia te regala para la eternidad la lucha contra el tiempo que sí has podido ganar. El mundo a tus pies de zancada corta y veloz. Crees que no posees el biotipo del corredor clásico, pero muchos que sí lo tienen no pueden alcanzarte. Londres, París, Roma. Una ‘simple’ pujada al Puig. 5, 10, 12, 21, 42 y 100 quilómetros. Has podido caer en la trampa del tiempo, pero al final observas cómo te das cuenta de que tu lucha no es contra él. Sumas. Costa Rica, Marrakech, el Mar Muerto, Auckland. Nueva York. Boston y el tiempo que te guiña su ojo traicionero. Malta. Y Santa Eulalia. La lluvia en un ligero goteo incesante. Tirada larga. Y la lluvia. Cierras los ojos. Ya no te ves. Eres tú mismo quien se escapa a un entreno sin avisar: desde los Patos a la carretera de Es Canar, y volver. Vuelas. Praga. En primavera. Tu alma que correrá sin dorsal.

Soy yo ahora el que le dice a tu panadera, explicándole que has fallecido, que ya está, que todos llegaremos hasta aquí. Es ella mirando a su compañera, tal vez su hija, la que me dice que «hay quienes creemos que nuestra energía se queda por aquí»… Todos admiramos, a lo largo de nuestro tiempo, a deportistas reconocidos como de élite, por sus logros. En una trayectoria impoluta desde su infancia hasta su retirada profesional. Pero esa es una realidad que hemos creado. La trayectoria natural de nuestras vidas suele tener una relación con el deporte. Y en ese recorrido auténtico topamos con genios irrepetibles de tu cotidianeidad y la mía. Y ese fue mi padrino, José Cantero. Con él, las preguntas no se acababan para que te pudiera responder con las múltiples combinaciones de sus logros corriendo de allá para acá. Entre corredores de élite que todo el mundo conoce, porque han competido en Mundiales u Olimpiadas, «yo vi a uno así, que tenía todas estas cualidades y que fue de los mejores que yo he visto*».

Se ha ido repentinamente, a escasos días de correr su 69 maratón. Cuando hace unas semanas había cumplido esos mismos años. Era el ‘hombre de la gorra’, como más de una vez lo nombró el speaker de la Maratón de Valencia. El de las incontables carreras de cualquier distancia. El de marcas impensables en carreras como los 100 quilómetros, para una persona que empezó a correr a los 40. Nos ha dejado a punto de cumplir 30 años desde que, de alguna manera, volvió a abrir los ojos. Y es, mejor que nadie, el representante de decenas y decenas de corredores que en esta isla salen a entrenar regularmente: eso que él no se podía perdonar, a pesar de acumular lesiones. Un corredor singular, pero uno de ellos.

Yo no soy nadie para pedirlo, pero desde que se ha ido no deja de brotarme en la cabeza la idea de que alguna carrera de la isla lleve su nombre. Ni siquiera, para recordarlo, hace falta retirar un dorsal para siempre, porque su alma correrá eternamente.

*Cita de José Néstor Pékerman en La Leyenda del Trinche.