En este segundo domingo de Pascua, Jesús se aparece a los Apóstoles la misma tarde del domingo en que resucitó. El día siguiente al sábado, estando cerradas las puertas del luegar donde se habían reunido los discípulos por miedo a los judíos, se presenta Jesús en medido de ellos y les dijo: La paz sea con vosotros. Dicho esto les mostró las manos y el costado. Al ver al Señor se llenaron de alegría los discípulos. Como lo había anunciado Jesús resucitó verdaderamente y se apareció a sus discípulos y les dijo: «Como el Padre me envió así os envío yo». Antes de retornar al cielo envía a los Apóstoles con la misma potestad con la que el Padre le había enviado a Él.

En esta misión los Obispos, sucesores legítimos de los Apóstoles han recibido estas palabras de Jesucristo: «Quien a vosotros oye, a mí me oye; quien a vosotros desprecia a mí me desprecia» (Lc, 10,16). Nuestro Señor les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados ,les son perdonados; a quienes se los retengáis, les son retenidos. La Iglesia ha entendido siempre que Jesucristo con estas palabras confirió a los Apóstoles la potestad de perdonar los pecados. Este poder se ejerce en el sacramento de la Penitencia. El sacramento de la Penitencia es la expresión más sublime del amor y de la misericordia de Dios con los hombres. Hemos de apreciar, valorar y aprovechar con fruto este Sacramento.

Tomás, uno de los doce, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le dijeron: ¡Hemos visto al Señor! Pero él les respondió: Si no veo la señal de los clavos en sus manos y no meto mi mano en su costado, no creeré. A los ocho días estaban de nuevo dentro sus discípulos y Tomás con ellos. Entonces Jesús se presenta y dice a Tomás: Trae aquí tu dedo y mira mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente: Tomás respondió y le dijo: «Señor mío y Dios mío». Tomás como todas las personas, necesitó de la gracia de Dios para creer. El apóstol creyó al ver la santa humanidad de Cristo, pero además creyó en su Divinidad que no vio. «Creo en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre».

Las palabras del apóstol Sto. Tomás no son palabras de admiración, son palabras de afirmación. Tomás, viendo, creyó firmemente, porque contemplando a este hombre verdadero exclamó que era Dios, a quien no podía ver.

Las Verdades reveladas se transmiten normalmente por la palabra . Por tanto la fe viene por la predicación , y la predicación por la palabra de Cristo,como leemos en la carta a los Romanos. La predicación del Evangelio tiene las suficientes garantías de credibilidad y el hombre al aceptarlo libremente ofrece a Dios el homenaje de su fe en las Verdades que Dios ha revelado. Nos debe dar una gran satisfacción y alegría las palabras de Cristo que nos dicen: «Bienaventurados los que sin haber visto han creído». Palabras que sin duda están pronunciadas para todos los que creemos en Jesucristo al que no hemos visto en la carne. Esta bienaventuranza se alude a nosotros con tal que vivamos conforme a la fe; porque sólo cree de verdad el que practica lo que cree. ¡Señor, creo en Ti, pero aumenta mi fe!