Hoy en España tenemos elecciones políticas importantes y necesarias, y en consecuencia, hemos de participar, votando a los candidatos dignos y buenos para que toda España esté bien y se cumplan las leyes correctas y se crean las demás que son buenas y precisas para la bondad de nuestro país. Y siendo ello importante, no es lo único. Nos encontramos en el Segundo domingo de Pascua y ello también es una buena cosa para nuestro bien como cristianos creyentes.

Y este segundo domingo de Pascua, además de las elecciones políticas que hemos de cumplir bien, en la Iglesia celebramos, desde hace unos años la fiesta de la Divina Misericordia, que San Juan Pablo II instauró en el comienzo del milenio: «En nuestros tiempos, muchos son los fieles cristianos de todo el mundo que desean exaltar esa misericordia divina en el culto sagrado y de manera especial en la celebración del misterio pascual, en el que resplandece de manera sublime la bondad de Dios para con todos los hombres». Acogiendo pues tales deseos, el Sumo Pontífice Juan Pablo II se dignó disponer que en el Misal Romano, tras el título del Segundo Domingo de Pascua, se añada la denominación «o de la Divina Misericordia» (Fragmento del Decreto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, de 5 de mayo de 2000).

Promovedora de la devoción a la Misericordia fue una religiosa de Polonia, de la diócesis de San Juan Pablo II. Él, que no la conoció personalmente en sus años de servicio allí, después la beatificó y en el año 2000 la canonizó. Yo he tenido la suerte de en dos viajes a Cracovia con gente de aquí, visitar su tumba y celebrar allí la misa. San Juan Pablo II al canonizarla extendió a toda la Iglesia, como dijo en la homilía a la acogida de la Misericordia divina: «hoy en este santuario quiero realizar un solemne acto de consagración del mundo a la misericordia divina, con el deseo de que el mensaje del amor misericordioso de Dios, que fue aquí proclamado por medio de Santa Faustina, se extienda por toda la tierra».

La Fiesta de la Divina Misericordia tiene como fin principal hacer llegar a los corazones de cada persona el siguiente mensaje: Dios es misericordioso y nos ama a todos. E incluso siendo uno pecador, a él le puede llegar también la misericordia divina.

En este mensaje, que Nuestro Señor nos ha hecho llegar por medio de Santa Faustina, se nos pide que tengamos plena confianza en la misericordia de Dios, y que seamos siempre misericordiosos con el prójimo a través de nuestras palabras, acciones y oraciones... «porque la fe sin obras, por fuerte que sea, es inútil» (Diario, 742).

La esencia de la devoción se sintetiza en cinco puntos fundamentales: 1. Debemos confiar en la misericordia del Señor. 2. La confianza es la esencia, el alma de esta devoción y a la vez la condición para recibir gracias. 3. La misericordia define nuestra actitud ante cada persona. 4. La actitud del amor activo hacia el prójimo es otra condición para recibir gracias. 5. El Señor Jesús desea que sus devotos hagan por lo menos una obra de misericordia al día.

Celebrando pues hoy la Jornada de la Misericordia, que ello nos haga buenos misericordiosos, como es Dios, como nos lo pide Jesús: «Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso» (Lucas 6,36), como nos da indicaciones Santa Faustina y como San Juan Pablo II ha promovido al inicio de este siglo instituyendo esta fiesta.