En este Evangelio que se ha proclamado podemos contemplar la tercera vez que Jesús resucitado se aparece a sus discípulos. Los discípulos se hallaban juntos , y Simón Pedro les dijo: «voy a pescar». Aquella noche no pescaron nada. Al leer este episodio, podemos recordar la primera pesca milagrosa en la que el Señor prometió a Pedro que lo haría pescador de hombres. Ahora, va a confirmarle en su misión de cabeza visible de la Iglesia. Los discípulos arrastraron la red con los 153 peces grandes. Cuando saltaron a tierra vieron que Jesús había preparado unas brasas, y un pez puesto encima y pan. Nuestro Señor les dijo: «traed algunos de los peces que habéis pescado ahora», y les dijo: «venid y comed».

En este episodio, Jesús al preparar a sus discípulos un frugal desayuno, recordamos en cierto modo lo que hizo el Señor la tarde del Jueves Santo cuando lavó los pies a sus discípulos. Me llamáis Maestro y Señor, y decís verdad. Pues si yo, vuestro Maestro y Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis hacer lo mismo. Jesús no vino al mundo para ser servido, sino para servir, y dar su vida por nosotros. Aprendamos la lección de humildad y evitemos ser dominados por nuestro orgullo, por nuestra soberbia y por nuestra autosuficiencia.

El que se humilla será enaltecido, y el que se enaltece será humillado. Aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón. Los verdaderos santos se han distinguido por su humildad y su mansedumbre.

El Evangelio que hemos escuchado nos dice que aquella noche no pescaron nada. Jesús dice a sus discípulos: echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. La echaron, y ya no podían sacarla por la gran cantidad de peces. Los apóstoles trabajaban solos, y sus esfuerzos fueron inútiles, cundía entre ellos el desánimo y la desilusión, pero con la ayuda del Señor se realiza la pesca milagrosa. No sin razón, exclama el apóstol San Pablo: Todo lo puedo en Aquel que me conforta. Pongamos toda nuestra confianza en Dios que nos ama y puede darnos mucho más de lo que necesitamos.