Hemos tenido la suerte y la alegría de comenzar hace unos días el mes de mayo, un mes que los cristianos lo tenemos dedicado a la Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra, que está en el cielo en cuerpo y alma.

Desde el inicio de la Iglesia, la Virgen María está siempre presente en la vida de la comunidad cristiana. Su presencia es como la de una buena madre en una familia, que da calor, acogida, cariño, consuelo y protección. Puede que la presencia de la madre sea muchas veces imperceptible y pase desapercibida; pero ella está ahí, eficazmente presente, sosteniendo el hogar con toda dedicación, trabajo y esmero.

Desde la cruz, con la experiencia que había tenido de ella, Jesús le encargó a su madre María que fuera madre espiritual de todos los cristianos. Y la Virgen desde entonces sin excepción lo cumple. En nuestras Islas de Ibiza y Formentera tenemos la experiencia de la actuación de la Virgen, en la proximidad de su fiesta de las Nieves, de que nuestras Islas volvieran a ser lugares cristianos.

Con esas magnificas y buenas actuaciones de la Virgen, a lo largo del año, celebramos muchas fiestas en honor de la Virgen María, la Madre del Hijo de Dios, Madre nuestra y Madre de la Iglesia. Y el mes de mayo está todo él dedicado a la Virgen María para honrarla con el ejercicio de las flores, para agradecer su presencia y su servicio, para rezarla de modo especial, para invocar su protección, para sentirnos amados por ella y para dar gracias a Dios por tan buena Madre. Así, mayo es, sobre todo, un mes para contemplar a la Virgen e imitarla en nuestro camino de fe y vida cristiana personal, y en nuestro camino de vida y de misión comunitaria como Iglesia del Señor. Los cristianos sabemos que ella nos mira con verdadero amor de Madre; cada uno de nosotros y la Iglesia entera, como ya ocurrió en sus primeros tiempos, estamos en su corazón; ella cuida de nuestras personas y de nuestras vidas, de nuestros afanes y de nuestras tareas; ella ora con nosotros y nos alienta en nuestra misión evangelizadora como lo hizo con los Apóstoles; María camina siempre con nosotros en nuestras alegrías y esperanzas, en nuestros sufrimientos y dificultades.

El Papa Francisco nos pide que cuidemos nuestra relación con la Virgen María y nuestra devoción mariana. De lo contrario, algo de huérfano hay en nuestro corazón. No es signo de madurez cristiana creer superada la etapa de la devoción a la Virgen, dijo el Papa a los estudiantes de los colegios pontificios en 2014.

La Virgen María nos ayuda a vivir nuestra condición de cristianos y discípulos misioneros de su Hijo. María dirige siempre nuestra mirada hacia Jesús; ella nos lo ofrece y nos lleva a Él. Su mayor deseo es que nuestra devoción a ella sea el camino para nuestro encuentro o reencuentro personal y renovador con Cristo Jesús y con su Palabra, para que recuperemos la alegría del Evangelio, para que se afiance nuestra fe, se renueve nuestra vida cristiana y salgamos a la misión.

Nuestra devoción a la Virgen María es auténtica, porque realmente nos lleva al encuentro con Cristo, a la conversión a Dios y a sus mandamientos, a fortalecer nuestra fe y vida cristiana, a dejarnos evangelizar para ser una Iglesia misionera. María es la humilde esclava del Señor, la primera discípula de su Hijo, el modelo perfecto de imitación y de seguimiento de Jesús. Si honramos a María con amor sincero acogeremos de sus manos a Jesús, el Hijo de Dios, para encontrarnos con Él, conocerle, amarle y seguirle con una adhesión personal en estrecha unión y en comunión con los Pastores de su Iglesia.

María nos anima y exhorta hoy de modo especial a mantenernos fieles y perseverantes en la fe en su Hijo, como lo hizo con los primeros cristianos, para ser testigos de Dios y de su amor en nuestro mundo. A Cristo por María: este es mi deseo para todos en este mes de Mayo, dedicado a la Virgen.