Y lo mío no es nada. Eso me dijo una señora hace un par de días, mientras esperaba haciendo cola en el centro de salud para hacerme una analítica. Ya sabéis, esas esperas interminables, a las ocho de la mañana, en ayunas, en las que tú solo quieres que la cosa avance, te saquen sangre y poder irte lo antes posible a tomarte tu café y tostada mañaneros. Hay a quien esas esperas le molan. Es así. Te ven ahí callada, con cara de pocos amigos (la que una suele tener recién levantada y sin desayunar) y dicen, pues voy a contarle mi vida a esta chica, oye. Así comenzó nuestra conversación sobre los tiempos de espera en el médico.

La mujer se quejaba de que «siempre van con retraso». «El otro día tenía cita a las 12:05; cuando llegué, pedí la vez y aún estaba dentro la de las 11», me contaba. Le di la razón. A mí también me ha pasado. Pero ¡qué le vamos a hacer! Todos tenemos derecho a que el médico dedique el tiempo necesario a nuestra ‘malura’. Si nos despacharan en tres minutos también nos quejaríamos. Entonces se puso hablarme de las citas para los especialistas: «Como una no se esté muriendo ya puede esperar con calma». Amén a eso también, señora. Le comenté que en abril fui a mi doctora para pedir cita con un especialista -nada serio- y me dieron fecha para septiembre. Sí, ¡cinco meses después! Porque como no es urgente…

«¿Y las analíticas? ¿Por qué nos citan a todos a la misma hora para ponernos en cola, coger un numerito y hacernos esperar aquí sentados?» Gran pregunta. Quizás para que surjan conversaciones como esta y los pacientes divaguemos intentando arreglar el mundo, o en este caso, la sanidad...