En las últimas semanas, una nueva ola ha aparecido en nuestra escena, al margen del ruido electoral y ha puesto la defensa del medio ambiente y la lucha contra el cambio climático como prioridad en nuestra agenda política, los Future Fridays. Parece que el hecho de que la juventud, repartida por todo el planeta, esté encabezando este movimiento está llevando a pensar que el cambio climático es un problema de la próxima generación, que cualquier política hoy solo será útil mañana. Ese pensamiento nos ha llevado a retrasar las decisiones más valientes, tanto a nivel español como a nivel internacional, con tímidos acuerdos sobre emisiones.

La realidad es que a día de hoy ya sufrimos las primeras consecuencias del cambio climático. Lo vemos cada año con los récords de temperaturas medias, con la propia contaminación por plásticos o con la desertificación agravada por la tala de árboles que, sumada al aumento de temperaturas y las cada vez más frecuentes sequías, nos hacen sufrir algunos de los peores incendios forestales de nuestra historia. Lo vemos también en el aumento de la temperatura del mar, que en gran medida nos da comer, y los desajustes que eso le provoca.

Las últimas previsiones hablan de un margen de décadas para empezar a sufrir las consecuencias más graves. La cuestión es aún más sangrante si tenemos en cuenta que muchos de los países que ya sufren la peor parte son regiones en vías de desarrollo, que apenas contribuyen con emisiones en comparación con las naciones industrializadas. Un ejemplo es Kiribati, un país formado por islas en el pacífico que desaparecerán si sigue subiendo el nivel del mar. Anote Tong, su ex-primer ministro recorre el mundo alertando y buscando soluciones para su país. Si no encuentran una salida, la cuestión ya no es si desaparecerán, sino cuando.

Desde la propia izquierda, a veces nos hemos equivocado al tratar los problemas medioambientales como políticas de segundo plano en comparación con otras políticas como son las laborales, económicas o el estado del bienestar. En realidad se trata de entender que hay que encontrar el equilibrio y llegar a la sostenibilidad: de nada sirve que la economía de Balears crezca si la destrucción de nuestras playas les pone fecha de caducidad o si un aumento del nivel del mar cambia completamente nuestra costa. Además, todas nuestras decisiones tienen que estar en continua revisión para asegurar este equilibrio.

En esta legislatura en Balears, desde el PSIB-PSOE hemos respondido al desafío con medidas pioneras en España: la ley de residuos que prohíbe los plásticos de un solo uso, la ley de cambio climático con medidas para reducir emisiones fomentando la transición energética hacías las renovables y un primer intento, que tendremos que dotar de más recursos (todo sea dicho), para proteger nuestra posidonia. No queremos quedarnos aquí porque no es suficiente: para la próxima legislatura nos comprometemos a reducir las emisiones contaminantes de nuestras centrales eléctricas, a aumentar el parque de renovables, a mejorar la protección de nuestros espacios naturales, a añadir puntos recarga y ayudas para la compra de eléctricos y a mejorar la interconexión de las islas con la península, una medida ya comprometida en el nuevo Régimen Especial de Baleares.
Por tanto, los jóvenes no nos manifestamos solo por el manido tópico de que somos el futuro de un mundo y unas sociedades que heredaremos. Incluso si hablásemos de un problema del futuro, hablaríamos de plazos de décadas, no de una vida como reside en el imaginario popular. En definitiva, los viernes, los y las jóvenes nos concentramos por el futuro, por el más inmediato y por el más lejano, pero lo hacemos por el futuro de todos y todas, no solo por el nuestro.