Las campañas de esterilización de gatos que llevan a cabo algunos ayuntamientos y asociaciones de Ibiza no han conseguido acabar con la superpoblación que sigue habiendo a día de hoy. Un problema que, lejos de ser nuevo, no termina de encontrar una solución. Si no que se lo digan a una de mis compañeras de trabajo. No hay ni una semana en la que no me cuente que llena platos de comida para alimentar a los felinos callejeros que se encuentra en la calle.

De hecho, ayer mismo me enseñó una foto que le acababa de mandar su hermano del bajo de su casa; se habían acercado tres gatitos para ver si ‘pillaban’ algo. «Ponles comida para ver si se acerca el otro», le contestó. El ‘otro’ es un felino que está enfermo, que rehúye del contacto humano y al que lleva cuidando desde que se lo encontró. Lo llevó al veterinario porque no comía, le dieron medicación y se lo entregaron de nuevo. El gato ayer seguía sin comer. Llamó al ayuntamiento que le correspondía para que le dieran una solución, no solo por este gato sino por las decenas de ellos que siempre cuida porque nadie asume esa responsabilidad. «Puedes llevarlo a otro pueblo, llamar a la policía y decir que te lo has encontrado ahí», le dijeron en confianza.

Así de fácil, me quito el problema para dárselo a otro. Por suerte, no todo el mundo piensa así y otra compañera de trabajo dejó dinero en su mesa para pagarle el tratamiento que precisara para volver a estar bien. Al final brilla más el trabajo que no se ve que el que se anuncia a bombo y platillo. Y yo me quedo con eso porque siempre habrá quien no dé gato por liebre. Si ese animal sale de esta es porque hay gente como ellas. Me parece admirable que anónimos destinen su tiempo y recursos para mejorar la vida del resto, sean animales o personas; igual que me parece maravilloso el trabajo de las asociaciones en este sentido.