Que el sistema educativo es cada vez peor, lo vemos a diario. Cualquiera que haya visto los últimos treinta años de vida española se da cuenta de que uno de los reactores nucleares del país, el educativo, está dañado. Se sale con poca capacidad de pensar hasta de la universidad, por no hablar de la tesis doctoral del primer político de España. Del pupitre a las redes sociales, directamente. Los valores apenas se inculcan, valores cívicos tan esenciales como dejar el sitio a la abuela que se sube al autobús. El primer gran error del sistema educativo actual, a diferencia del finlandés, fue convertirlo todo en pedagogía cutre, desvirtuar por los más variados vericuetos el esfuerzo que exige cualquier estudio y cualquier cosa no subvencionada en la vida. Todo se ha anegado de una pedagogía infumable llena de atajos, y de tintes doctrinales, para que el estudiante apruebe y salga al mundo ejercitando poco la sesera y encima lo haga con satisfacción y orgullo. El segundo error es que las oposiciones a profesores las lleven tribunales locales con lo que la endogamia se puede dar y no pilla la plaza el desconocido que más sabe, y quien más vocación tiene, sino quién más sabe de lo que al gobierno de la autonomía le interesa inocular. Por último, hemos visto estos días que la selectividad, en vez tener los mismos contenidos y unificarse en toda España para subir el nivel general de exigencia, es en algunas autonomías temáticamente acolchonada y mucho más fácil que en otras: en el caso balear es como el carné por puntos, hasta trece faltas de ortografía se permiten, prueba implícita de que el propio Govern reconoce su propio fracaso educativo que, es una opinión, asegura a la vez su éxito político. No hay mal que por bien no venga.