Cuatro años dan para mucho. La legislatura que se acaba esta semana me ha servido para saber que los mallorquines tienen carta blanca para venir a matar a las cabras de es Vedrà cuando quieran, no necesitan preguntar ni avisar al Consell. Que los códigos éticos sólo hay que cumplirlos cuando afectan a los demás y que un tránsfuga de toda la vida deja de serlo cuando me beneficia a mí. Además, como premio, puedo incluirlo en las listas para las próximas elecciones como número dos y cargármelo antes de que ni siquiera tome posesión para contentar al concejal que hace dos días le estaba insultando y poder seguir gobernando.

Que reírme de la «guarra civil» y de los uniformes de la Policía Local me sale muy barato y que puedo no dejar abrir un chiringuito a pesar de que semanas atrás le di todos los permisos necesarios por urgencia. También he aprendido que puedo seguir moviendo los hilos de una ciudad aunque me acusen de hacer trampas para quedarme con subvenciones públicas, porque me creo el más listo de la clase y puede que el Govern me acabe dando un carguito en compensación por las molestias. Que puedo colgar en las redes unos vídeos muy chulos metiéndome con los «machitos cobardes de la derecha» después de haber estado cuatro años a la bartola cobrando 42.000 euros brutos anuales y presumir de transparencia organizando ‘consells a la plaça’ a los que llevo a mis familiares para que hagan las preguntas a mis compañeros de equipo de gobierno. O que lo más normal del mundo es vetar actuaciones de tenores críticos con tu gestión en Twitter. Pero claro, el que roba es el PP. Nos vamos a volver a divertir cuatro años más, se lo prometo.