Gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo. Al pensar en el Misterio de la Santísima Trinidad contemplamos el misterio de Dios. La primera lectura de hoy nos habla de la sabiduría de Dios, que antes de existir el mundo ya había sido engendrada: el Verbo, nacido del Padre antes de todos los siglos. Ese Hijo, hecho hombre, es Jesucristo, nuestro mediador en el camino hacia Dios, en el amor derramado en nuestros corazones. El Espíritu Santo nos guía hacia la Verdad plena. Procede del Padre y del Hijo y es igualmente Dios. Por el don de la fe y los sacramentos nos introduce en la vida trinitaria.

Profesamos nuestra fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y en su acción creadora, salvadora y santificadora.

Creemos firmemente, y así lo esperamos que del mismo modo que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos, y que vive para siempre, igualmente los justos después de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado y que Él los resucitará en el último día ( Jn. 6,39-40). Como la suya, nuestra resurrección será obra de la Santísima Trinidad. Como nos dice el catecismo de la Iglesia Católica, al fin de los tiempos, el Reino de Dios llegará a su plenitud. Después del Juicio final, los justos reinarán para siempre con Cristo, glorificados en cuerpo y alma, y el mismo universo será renovado.

¿Cómo podemos y debemos honrar a la Sma. Trinidad? De muchas maneras: al santiguarnos, al recitar el Gloria, y en especial en la santa Misa en la que se concluye la Plegaria Eucarística con estas palabras: Por Él, con Él y en Él, a ti, Dios padre omnipotente en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos. AMEN.

También antes de empezar la Plegaria Eucarística recitamos o cantamos: Santo, Santo, Santo es el Señor, llenos están los cielos y la tierra de tu gloria, Hosanna en el cielo. Bendito el que viene en nombre del Señor. El que viene en nombre del Señor es Jesucristo. Cómo Jesús se hizo hombre por obra y gracia del Espíritu Santo, igualmente por el mismo Espíritu Jesús se queda realmente presente en la Santísima Eucaristía.