Hay algunos que se dedican a llevarse losas de las paredes de piedra seca que adornan y dan vida etnológica a Formentera desde hace doscientos años. Supongo que van con el coche, miran a un lado, miran al otro, y cargan las piedras que más les gustan para adornar su casa o para cascar nueces. Esas paredes son el legado de cuando la vida campesina era muy dura, pero la gente tenía entonces lo que había que tener y salía adelante con esfuerzo, cuidando su paisaje que además de darle de comer era embellecido y hasta mejorado. Porque una de las cosas que entusiasmaron a los viajeros extranjeros que llegaron a Ibiza y Formentera a principios del siglo XX, hasta la guerra civil, y a paisajistas-pintores como Winthuysen es que el hombre en las Pitiusas con su arquitectura y formas a veces incluso mejoraba lo recibido del Hacedor. Por eso que unos chorizos vayan y desmonten tramos de paredes de piedra seca sin ver nada punible en ello o convencidos de que no les van a atrapar es algo que no podemos permitir. A estos hay que pillarlos y si en España hubiera justicia (que diría Sancho en la ínsula de Barataria) habría que ponerlos a reconstruir gratis et amore, de sol a sol, y sin sombrero alado, todas las paredes de piedra seca de Formentera y si me apuran todas las de la Fuerteventura interior que son también interminables, muy bonitas y del orto al ocaso van cambiando de tonalidades, sombras e incluso de lagartijas. Hace poco hicieron una pintada en una naveta de Menorca, el casco antiguo de Palma está lleno de pintadas que parecen no molestar a su alcalde ecoprogre, ahora estos ladrones de piedras y de una técnica constructiva ancestral.