Nos encontramos, gracias a Dios, en el primer domingo de este mes de julio. Y dentro de unos días, el día 10, es la fiesta de San Cristóbal, Patrono del Tráfico. Aquí en Ibiza lo celebramos en el Monasterio de Vida Consagrada que se encuentra en Dalt Vila, así como en la capilla de la Playa de Es Canar, en Santa Eulalia. Además, en muchas parroquias de nuestra Diócesis con esa ocasión, se hace la bendición de vehículos y de los conductores, animándoles a que cumplan las normas de circulación para seguridad de todos.

Siendo, pues, San Cristóbal, patrono del Tráfico, con ocasión de su fiesta hemos de acoger para todos los días del año la responsabilidad en el conducir con los vehículos; coches, autobuses, motos, bicicletas, etc. Mientras felicito y admiro a las muchas personas que conducen bien por los pueblos y las carreteras, cumpliendo todas las normas, hago, una vez más la llamada a aquellos que no conducen bien y por falta de policía lo siguen haciendo así, siendo eso un peligro para ellos y para los demás, dando además una mala imagen de nuestras Islas de Ibiza y Formentera.

Así pues, siendo esta vez un domingo cercano a la fiesta de San Cristóbal celebramos hoy, desde hace más de 50 años, la Jornada de Responsabilidad en el Tráfico. Con ello la Iglesia invita a tomar conciencia del significado del tráfico y de la urgente necesidad de esmerar nuestra prudencia en la carretera y en la calle. Ya el Concilio Vaticano II decía en la Constitución Apostólica Gaudium et Spes: «Algunos subestiman ciertas normas de la vida social, por ejemplo, las referentes a las normas de vialidad, sin preocuparse de que su descuido pone en peligro la vida propia y la vida del prójimo».

La movilidad y la conducción pertenecen a nuestra vida cotidiana. Los desplazamientos de un lugar a otro tan frecuentes y tan propios de la vida moderna son expresión de la vida como viaje y como camino. Cuando nos ponemos en camino, tenemos la esperanza de llegar felizmente a nuestros destinos. Pero esto, por desgracia, no siempre sucede así cuando hemos sido víctimas de personas que no conducen bien ni cumpliendo las normas.
La circulación, como actividad humana libre, está sometida a unas leyes éticas o morales, derivadas de la naturaleza misma del hombre en relación consigo mismo y con los demás. Para un creyente estas normas naturales tienen su complemento y perfeccionamiento en las normas positivo-divinas en las que se encarna la voluntad de Dios, como reflejan los mandamientos «no matarás» y «no hurtarás». Estas normas urgen a todos quienes tienen relación con la carretera como conductor o vigilante del tráfico, como constructor o cuidador de vías y vehículos, o como simple peatón. Porque en la actividad del tráfico son muchas las personas y los bienes que estas normas principios protegen: al conductor y su familia, a los otros conductores y los viajeros, a los peatones, la sociedad y los bienes materiales.

No olvidemos que conducir y transitar quiere decir ‘convivir’. Esto pide de todos los implicados hacer que la carretera y la calle sean más humanas. El automovilista o el peatón nunca están solos. Conducir un vehículo o transitar son, en el fondo, una manera de relacionarse, de acercarse y de integrarse en una comunidad de personas. Esto pide de todos dominio de sí mismo, prudencia, cortesía, espíritu de servicio adecuado, conocimiento de las normas del código de circulación, y también estar dispuesto a prestar una ayuda desinteresada a los que la necesitan, dando ejemplo de caridad.

Conducir quiere decir también controlarse y dominarse, no dejarse llevar por los impulsos. Hemos de cultivar esta capacidad personal de control y dominio para evitar los gravísimos daños que se pueden causar a la vida y a la integridad de las personas y de los bienes, en caso de accidente. Nuestra actitud debe mantener en todo momento la prudencia y la atención. La mayor parte de los accidentes es provocada, precisamente, por falta de atención y por imprudencias. Por eso la prudencia es una de las virtudes más necesarias e importantes en relación con la circulación. Esta virtud exige tomar precauciones para afrontar los imprevistos que se pueden presentar en cualquier ocasión. Desde luego, no se comporta según la prudencia el que se distrae al volante con el móvil, el que conduce a una velocidad excesiva, el que descuida el mantenimiento de vehículo o el que conduce bajo los efectos del alcohol u otras sustancias. Para incrementar la seguridad en el tráfico no bastan las sanciones; es necesaria una acción educativa que conciencie a todos sobre la responsabilidad de cada uno en el tráfico.