Acabo de volver tras 15 días recorriendo Islandia en una furgoneta con amigos. Pero lejos de dar envidia a los lectores ni hacer demagogia de las diferencias entre Islandia y España, por más que uno cuando viaja siempre descubre que tenemos mucho de lo que sentirnos orgullosos, sólo quiero contar una historia donde una vez más la realidad supera la ficción. Un viaje exótico que no duró 15 días sino apenas unas horas.

Fue en el aeropuerto de Lutton, en Londres, a la vuelta a Ibiza. Tras varias horas esperando y un nuevo retraso sin sanción para las aerolíneas al ir a embarcar nos encontramos escenas dignas de una película de Álex de la Iglesia. No soy nadie para dar lecciones de estilismo porque muchas veces voy hecho un sastrón como diría mi madre pero aún estoy impactado. Las modas son muy duras y en Inglaterra más. Pantalones ajustados desafiando cualquier lógica, camisetas con mensajes de todo tipo, pelos de colores azules o verdes, maquillajes que parecían llevar varios días sobre sus dueñas o una colección de uñas tan largas que resultaban un peligro para la vida. Por supuesto, nadie escondía sus botellas de alcohol por más que sonaran al chocar los cristales como si fuera una alarma y ya en el avión la mayoría demostró que respeto no es una palabra muy habitual en su diccionario. Tres chicos bebieron mucho pero contra todo pronóstico fueron de lo más comedido, en comparación con el resto y con tres jóvenes que no pararon de hablar de sexo, cocaína y bebida en todo el trayecto, tirando los trastos sin pudor a todo el que tenían cerca. Por supuesto lo de no usar el móvil en pleno vuelo mejor ni hablamos. Finalmente, llegamos a a nuestro destino a salvo y satisfechos por vivir un viaje tan exótico que duró un día y que da que pensar. ¿Es este el turismo que queremos para Ibiza? Lo siento pero yo, no.