De la fusión entre el realismo mágico de García Márquez, un género literario muy sudamericano en el que Borges se adelantó a sus sucesores (y a sus antecesores), y el realismo sucio de Carver que casi todos los cuentistas norteamericanos practican, surgió hace ya algún tiempo el realismo mágico sucio (la definición es de mi hijo, profesor de lengua y literatura), que no hay que confundir con el surrealismo sucio, típico de la prensa y de los discursos políticos, al que tanto se parece. El realismo mágico y el sucio ya se los saben de memoria, por lo que aunque no conozcan al escritor húngaro Ádám Bodor, del que se acaba de publicar Los pájaros de Verhovina y es el maestro del género, sin duda se pueden imaginar en qué consiste esa mágica cochambre, física, moral y psicológica, a la que nos referimos. Mucha magia, pero mucha suciedad, y todo ello dentro de un realismo costumbrista bastante sórdido. El género por excelencia del presente, aunque todavía no tenga suficientes literatos practicantes, ni cuente con el aval académico, acaso porque casi nadie lee a Bodor. Que nuestros escritores no se hayan enterado, enfrascados como están en redactar novelas policiales (siempre son los últimos en enterarse de todo), no impide que se trate del gran género del presente, ya que al igual que su primo hermano el surrealismo sucio con el que no conviene confundirlo, infesta las noticias, los informativos, la política y hasta la sociología. Nuestros líderes sólo hablan de fantasías, sueños, deseos, sentimientos, emociones y cosas imposibles. Que luego se estrellan contra el suelo como cagadas de buitres, o de fondos buitre. Pura magia, aunque con apoyo tecnológico. Cada época tiene el realismo que merece (hay realismos a docenas), y este es el momento del realismo mágico, pero sucio y hasta hediondo. También del surrealismo sucio, esa cosa onírica pero mugrienta, como si los buitres mencionados se hubieran cagado en los sueños de la gente. Basta escuchar un telediario para saber de qué va el realismo sucio mágico. Líderes políticos, analistas y comentaristas practican ese géneroo con fruición, sin saberlo. No, no saben lo que dicen. Si ustedes quieren saberlo, lean a Bodor.