Lógicamente el panal turístico nos trae chorizos o amigos de lo ajeno, desde profesionales hasta aficionados, desde los especialistas en mangar Rolex hasta los trileros. Seguro que también recalan en Ibiza tiburones financieros y ladrones de guante blanco. Tuvimos pillos simpáticos como Elmyr d’Hory, gran cocinero de la pintura contemporánea (esos son los mejores), pero lo que sí es raro es que un ibicenco, salvo algún tráfico de influencias o abuso político, sea un caco directo y con antifaz. Quiero decir que actualmente el delincuente nos viene estacionalmente a ver qué pesca en la marabunta turística. Pero hubo un tiempo —afortunadamente corto y pasajero— en una Ibiza sin turistas, a principios del siglo XX, en que el índice de delincuencia propia era notable, tal y como se deduce de un artículo publicado en el periódico palmesano El Noticiero (1904), que compara a Ibiza con Sicilia pero sin muertos (lo digo por el libro de mi apreciado amigo Guillem Frontera, que les recomiendo vivamente, «Sicilia sin muertos», centrado en Mallorca y editado por el Club Editor). Entonces el índice de criminalidad en la Pitiusa mayor era muy alto y estaba propiciado por el caciquismo imperante. En El Noticiero se lee que «dominan en Ibiza ‘pinchos’ y gente de mal vivir, sin oficio ni beneficio, que tienen cohibida la honradez, coartada la moral, atemorizada a la población, y la vida. La tranquilidad clásica de la capital ha desaparecido. El juego, el alcohol y el vicio se han asentado al amparo de gente maleante». El columnista señala que hay una «maffia» en Ibiza amparada por algunos políticos y caciques, como en Sicilia del Sur, y que urge extirpar ese cáncer cuanto antes. Siempre es bueno conocer la historia para poner el presente en su oportuno sitio.