El estafador comió como Heliogábalo, pero sin gusto alguno por el producto de sa nostra terra. En Formentera se sirve la mejor gamba roja, langostas con sabor prodigioso, una cigala real portentosa, esa piraña pitiusa que es el raor (la veda no se abre hasta septiembre, pero incluso congelados guardan la magia), calderetas, mero, denton, sirvia, espardenyas…, pero al bruto comilón se le ocurrió pedir dos bandejas de ostras, como si estuviera en Arcade o Arcachon. Y las ostras se le atragantaron para hacer la digestión en una celda, pues falló en el cálculo de la cuenta y pasó de delito leve a pena de estafa.

Por lo menos el tipo supo elegir el lugar para comer sin pagar: Es Molí de Sal es un oasis gastronómico, donde uno goza de la buena mesa sin necesidad de que lo quieran entretener con pinchadiscos o velitas en las botellas.

Podía haber alegado que no pudo resistirse a la gastronomía formenterense, haber llevado bajo el brazo, a modo de amuleto, la biblia gourmand que es el diccionario gastronómico de Alejandro Dumas, incluso discutir la cuenta o haberse ofrecido a fregar platos. Si llega a pedir mejor (¡a quién se le ocurre ordenar ostras o pasta con bogavante en Formentera!) o hubiera sabido desplegar los modales de un pícaro cortesano-civilizado (¿dónde está la sprezzatura?), tal vez se hubiera salido con la suya. Pero se limitó a decir que no tenía dinero y esas ostras que jamás vieron la mar pitiusa lo llevaron a la trena.

En nuestro progreso turístico hemos pasado de Heliogábalo a Carpanta.