En 1974, cuando Franco agonizaba llenando de crueldad las calles, cuando yo no era ni un proyecto, mi madre y mi padre cruzaban la frontera de Andorrra en su Seat 127 para comprar discos prohibidos. Eran tiempos duros y tener discos editados por Le chant du monde de Labordeta, Paco Ibáñez, Victor Jara u otros cantautores comprometidos podía dar muchos problemas. Por ello, los escondían en el forro de los asientos y una vez en casa, como era mi padre de ordenado, les ponía un círculo de colores según su género. Yo no viví aquello pero sí que he tenido el privilegio de escuchar aquellas canciones una y otra vez en un tocadiscos, en la radio de nuestro coche cuando íbamos de vacaciones gracias a sus cassettes o en una cadena en Adobes, mi pueblo. Incluso, y asumo el riesgo de ser mal padre, mi hijo con apenas dos años ya tarareó el verano pasado junto a su abuelo Canto a la libertad, de José Antonio Labordeta, esa canción que todos tendríamos que escuchar alguna vez para valorar de donde venimos.

Por eso UC me llega tanto al corazón. No soy ibicenco pero enseguida conectaron con mi corazón. Esos conciertos, como de toda la vida, sin alardes y esa voz grave de Joan Murenu con su guitarra me recordaron a los discos de mi casa. Luego, según iba entendiendo sus letras y su trabajo por la cultura y las tradiciones de Ibiza y, sobre todo, cuando me contaban cómo desafiaban a la dictadura en sus primeros años, me cautivaron aún más. Ellos al igual que otros muchos me han demostrado que otro tipo de música es posible. Sin alardes, sin grandes espectáculos, bailarines y demás, pero con buenas letras y valores, muchos valores. De los que en ocasiones ya no quedan porque ahora vivimos muy bien y porque somos muy dados a olvidar. Los de un lado y los de otro. Yo, como es una cuestión de prioridades, me quedo con la música de UC. Ellos, al igual que mi padre, siempre estarán en mi memoria. Gracias a todos.