Si vives en Ibiza, prepárate para tener a gente en casa en los meses de verano. Esos amigos que cogen días de vacaciones y que aprovechan que tú vives aquí para ‘visitarte’. Si viviera en Cuenca -por poner un ejemplo- ¿también vendrían a verme? Que yo les quiero mucho, pero, al final, sus vacaciones se convierten en las tuyas; eso sí, con una diferencia bastante grande, que tú estás trabajando. Y qué narices, que Ibiza no es apta para cualquier bolsillo y menos si los planes son vacacionales. «Quiero ir a esa discoteca a la que todo el mundo va», te dicen, y tiras de tarjeta para pagarte copas a 18 euros, porque que nadie te engañe, una, mínimo, va a caer. O si no un refresco por 9 euros o un botellín de agua por 7. «Comeremos paella en un chiringuito de playa, ¿no?» y vuelves a sacar la tarjeta. «Me han dicho que esta cala y esta y aquella son de visita obligada», y te recorres la isla de norte a sur y de este a oeste para ver sitios que no quieres. Porque están llenos y conoces otros igual de bonitos, pero no tan conocidos en Instagram. Y cedes y vuelves a sacar la tarjeta, que nadie te regala la gasolina. «Me han dicho que un día hay que ir a Formentera»; «Tengo que probar los platos típicos»; «Como estoy de vacaciones, espero a que salgas de trabajar para tomarnos unas cañas»; y así sucesivamente. Es un sentimiento encontrado porque me hace muy feliz que vengan, pero también quiero que se vayan y recuperar mi rutina; hablo de dormir en condiciones, ir al gimnasio, comer de forma ordenada, trabajar sin prisa porque te están esperando y conseguir que mi tarjeta de crédito no tiemble cuando abro la cartera. El otro día una de las visitas me preguntó si consigo ahorrar. «En verano, no», le dije. Si lo hiciera, con una media de 10 amigos en diferentes tandas al mes, tendría ‘superpoderes’ y, de momento, lo que tengo son gastos de alquiler, un impuesto de circulación que pagar, un psicotécnico que renovar y una nevera que llenar, entre otras cosas. Oye, pero el verano en Ibiza, bien.