Hoy es domingo, día del Señor y así estamos invitados a participar en la Santa Misa y es también la fiesta de Santa Elena. Los días de fiestas de Santos son una buena cosa para nosotros, pues conociendo su buena historia, ello trae enseñanzas bienhechoras para nosotros. En concreto esta Santa de hoy en Roma se conserva su cuerpo en un templo que está cerca de la casa donde yo viví 12 años y al lado del Ayuntamiento de Roma. Yo iba muchas veces a ese templo y rezaba ante su tumba y así pude aprender cosas de ella. Una de sus actividades importantes fue el la protección de Tierra Santa y conociendo ello me moví a hacer algunos viajes a allí.

Y en estos años que tengo la suerte y la alegría de servir en esta Diócesis, he organizado también viajes a Tierra Santa y muchas personas de aquí habéis tenido la satisfacción de haber hecho esos viajes, caminando por allí en esos lugares donde Jesús nació, predicó, ayudó y después fue condenado, murió en la cruz y después resucitó.

Santa Elena es famosa por haber sido madre del emperador que concedió la libertad a los cristianos, después de tres siglos de persecución y por haber logrado encontrar la Cruz en la que murió Jesús en Jerusalén. Su nombre significa «antorcha resplandeciente». Nació en el año 270 en Bitinia (hacia el sur de Rusia, junto al Mar Negro). Era hija de un hotelero, y especialmente hermosa. Y sucedió que llegó por esas tierras un general muy famoso del ejército romano, llamado Constancio Cloro y se enamoró de Elena y se casó con ella. De su matrimonio nació un niño llamado Constantino que se iba a hacer célebre en la historia por ser el que concedió la libertad a los cristianos. Cuando ya llevaban un buen tiempo de matrimonio sucedió que el emperador de Roma, Maximiliano, ofreció a Constancio Cloro nombrarlo su más cercano colaborador, pero con la condición de que repudiara a su esposa Elena y se casara con la hija de Maximiliano. Constancio, con tal de obtener tan alto puesto repudió a Elena. Y así ella tuvo que estar durante 14 años abandonada y echada a un lado. Pero esto mismo la llevó a practicar una vida de santidad, pues conoció a Dios y se convirtió al cristianismo.

Cuando murió su marido, su hijo Constantino fue proclamado emperador por el ejército. Y este, tras la victoria en el año 313, decretó la libre profesión de la religión católica y expandió el cristianismo por todo el imperio. Constantino amaba inmensamente a su madre Elena y la nombró Augusta o emperatriz. Mandó hacer monedas su figura de ella, y le dio plenos poderes para que empleara el dinero del gobierno en las obras de caridad que ella quisiera. Elena, con la nueva libertad de los cristianos, se fue a Jerusalén para buscar la Santa Cruz, llevándose un grupo de obreros que realizaron excavaciones en el monte Calvario y la encontraron. Y así desde entonces podemos venerar esa cruz. Y así en el año 326, la Santa mandó a traer la Escalera Santa del palacio de Poncio Pilato en Jerusalén. Según la tradición, Cristo subió por ella en el Viernes Santo al palacio para ser juzgado y derramó sobre ella gotas de sangre. Está ubicada frente a la Basílica de San Juan de Letrán en Roma.

Nos cuenta su historia que a pesar de ser la madre del emperador, Santa Elena se vestía con sencillez, se mezclaba con los pobres y utilizaba el dinero que su hijo le daba para repartir limosnas. También era muy piadosa y pasaba muchas horas rezando en el templo.

En Tierra Santa hizo construir tres templos: uno en el Calvario, otro en el monte de los Olivos y el tercero en Belén, templos que existen y que cuando visitamos Tierra Santa los visitamos.

Como de los santos aprendemos cosas buenas, Santa Elena nos enseña ese amor que tuvo a Jesús, contemplando sus obras y sus palabras y tratando de cumplirlas. Que sea eso una buena ayuda para nuestra vida.