Mientras Jesús caminaba hacia Jerusalén, uno le preguntó: Señor, ¿son pocos los que se salvan? La respuesta de Jesús fue esta: Esforzaos para entrar por la puerta estrecha, porque muchos intentarán entrar y no podrán. Tanto la pregunta como la respuesta son muy interesantes. Son de capital importancia. Dios quiere que todos los hombres se salven. La divina Providencia, nunca niega los auxilios necesarios para la salvación a quienes se esfuerzan en llevar una vida recta, con la gracia de Dios. En la primera carta a los tesalonicenses (5, 9-10), leemos: Dios nos ha destinado a obtener la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo; el murió por nosotros, para que, despiertos o dormidos, vivamos con él.

Todo cuanto hay de bueno y verdadero en las personas, la Iglesia lo juzga como una preparación del Evangelio y como algo otorgado para quien ilumina a todos los hombres para que al fin tengan la vida. En cualquier caso alcanzarán la salvación quienes luchan seriamente. La vida interior es un perpetuo comenzar y recomenzar. Nunca debemos considerarnos ya perfectos. Es inevitable que existan dificultades en nuestro camino de salvación. Si no encontrásemos obstáculos, no seríamos criaturas de carne y hueso. Jesús alude a la vida eterna con la imagen de un banquete. Haber conocido al Señor y haber escuchado su palabra, no es suficiente para alcanzar el cielo; solo los frutos de correspondencia a la gracia tendrán valor en el juicio divino.

No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos; sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los Cielos (Mt.7, 21).

Cristo glorioso al venir al final de los tiempos a juzgar a vivos y muertos, revelará la disposición secreta de los corazones y retribuirá a cada hombre según sus obras y según su aceptación o su rechazo a la gracia (Cat. de la I. C. nº 682). Cristo es Señor de la vida eterna. El pleno derecho de juzgar definitivamente las obras y los corazones de los hombres pertenece a Cristo como Redentor del mundo. El Señor no ha venido para juzgar, sino para salvar y para dar la vida que hay en él (Cat. de la I. C. Nº 679).