El pasado domingo por la mañana, agentes de la Guardia Civil y la Policía Local de Sant Josep de sa Talaia irrumpieron en una ‘rave’ que se estaba celebrando ilegalmente en un pinar próximo Platjes de Comte. Los organizadores y participantes en la ‘rave’, para la que no habían pedido ninguna autorización —que no les hubieran otorgado de ninguna forma porque se trata de una zona que goza de protección medioambiental—, habían arrancado el sarao la noche anterior. Según el alcalde aquella madrugada llegó a haber allí unas 1.000 personas. Se optó por no intervenir para evitar males mayores y al hacerse de día, con los refuerzos oportunos, los funcionarios se presentaron en el lugar y como dice la canción del cubano Carlos Puebla, «se acabó la diversión, llegó el comandante y mandó a parar». Pero claro, en el estado en que se hallaban aquello no les debió sentar muy bien y algunos de los asistentes, casi todos descalzos y descamisados, acometieron violentamente contra ellos. Total, que hubo gritos, golpes y hasta un tiro al aire. El balance final de la macrooperación, que acabó movilizando a un centenar de efectivos policiales, fue de 73 detenidos y 11 agentes heridos, uno de ellos con dos dedos fracturados.

Lo mejor de todo ha sido ver y escuchar, días después, a uno de los asistentes a la fiesta ilegal que a través de un vídeo en YouTube explica «a realidad de los hechos ya que yo estuve allí». Acusa a los agentes de llegar al lugar «dando golpes y porrazos a todo el que encontraban a su paso». Sin embargo, el vídeo que todo el mundo pudo ver de la intervención policial fue de unos agentes soportando gritos, insultos y amenazas como «vas a salir en Telecinco». Te cagas de miedo. No consta que ningún ciudadano presente ningún tipo de lesión. Niega que hubiera 1.000 asistentes, poniendo un breve vídeo de la víspera, cuando estuvieron montando el tinglado y no había nadie. Remata la faena con unas imágenes de la Policía en Catalunya, en aquel fatídico 1-O, cuando trataron de impedir el referéndum.

En resumen, hay entre nosotros gente que dice amar la naturaleza y que acudir a meditar a los lugares «más energéticos del planeta Tierra» para escuchar una terapia musical; que se proclaman pacifistas, ecologistas y animalistas, pero que cuando la Policía les para la fiesta ilegal, la emprenden a gritos y golpes. Inadaptados sociales que se hacen pasar por víctimas, que reclaman sus derechos y desprecian sus obligaciones. Y cada día son más.