Cuando era un niño revoltoso e inquieto en el colegio Almazán de Madrid mi profesora Mari Carmen Agra me marcó para siempre. De piel fina, cara agradable, un poco entrada en kilos y voz amable me transmitió su pasión por la historia con explicaciones repletas de anécdotas que seguíamos con los ojos y la boca abierta. Años después, en la Universidad San Pablo CEU, Alfonso Bullón de Mendoza y Gómez de Valugera y Pilar García Pinacho, mantuvieron vivo ese interés por la historia. El primero, con su cierto aire a Mr. Bean (si lee estas líneas espero que entienda que esto es con cariño) me conquistó con sus magníficas clases sobre las guerras carlistas y la guerra civil, y la segunda con su humor, ironía, sarcasmo y exigencia constante hizo que investigar sobre periódicos antiguos en los archivos sea algo que aún eche de menos después de tantos años.

Ellos, junto a otros como mi tío Mariano o mi madre Julia han conseguido que para mi la historia de mi país, España, sea tan apasionante que sea capaz de tragarme todos los libros, películas o series sobre la Edad Media, el Siglo de Oro, la Guerra de la Independencia, Trafalgar, la Guerra de Cuba o la Guerra Civil que caen en mis manos. Con ellos he aprendido que nuestra historia es la que es y que no podemos olvidarla ni manipularla. Sin ella no somos nada, ni como país ni como comunidad ni como personas. Noticias como las aparecidas estos días en las que editores denuncian presiones de, por ejemplo, Cataluña para que no se hable de los Reyes Católicos en detrimento del conde de Barcelona Wilfredo el Piloso, y no el Velloso, y de la corona catalanoaragonesa, me dejan con la boca abierta y me da mucho miedo. España, nos guste o no, tiene su historia. Una historia con momentos buenos y malos pero que nos tiene que enseñar a ser mejores. Una historia que, por cierto, me enseñaron a amar Mari Carmen Agra, Alfonso Bullón de Mendoza o Pilar García Pinacho. Señores, por favor, sean coherentes.