La gota fría no impidió que se celebrara con éxito el festival literario del hotel Pikes. Acudí con un backgammon bajo el brazo en busca de partida como las que, in illo tempore, jugaba con algunos amigos de Tony.

Se estaba a gusto entre cocktails, literatura y fauna de criaturas extrañas… Ray Loriga entró en trance con versos de Leonard Cohen antes de su charla con el camaleónico Manu Gon, quien supo adaptarse al torrente dipsómano de un escritor que huye de etiquetas y se arrancaba a cantar, improvisando boutades divertidísimas contra la nostalgia, como aquella de que hay plomos amargos que pretenden recordar el tiempo en que no había pirámides en el desierto; la voz de Ana Olivia Fiol era un suspiro erótico entre nínfulas encantadas; Irvine Welsh, nos paseaba por las barriadas de Edimburgo; la voz profunda y rota de Alberto García-Alix era un romance de ángeles caídos en su coqueteo con el caballo; Guadalupe Revuelta revoloteaba cual libélula curiosa, Rodrigo Monreal advertía que la profesión de gigoló es breve, Cristina Amanda Tur (CAT) nos examinaba con el ojo experto de a quien no se le escapa ningún crimen oculto, los coquetos sonrojos de Maite Alvite preparando su debate pitiuso mientras la protagonista de Quadrophenia bailaba ingrávida sobre su muleta…

Sentí perderme la lectura poética de Ben Clark en Ebusus, no así el acto de propaganda catalanista en las Pitiusas: un diputado rebuznando contra el Rey. Tal vez le molestó ser recibido con el himno de España por unos taxistas (en las libres Pitiusas no hay policía política).

La buena literatura, como la Balada de la Cárcel de Reading del dandy Wilde, nada tiene que ver con la propaganda, pues hermana sin fronteras cainitas.