Hoy el Evangelio nos habla del poder y de la fuerza de la fe. Los mismos apóstoles rogaron a Jesús que les aumentara la fe. Ese don maravilloso es los que debemos pedir todos los días a Jesucristo. Señor, creemos en Ti, pero aumenta nuestra fe. El capítulo nueve de San Mateo nos dice que le presentaron un paralítico postrado en una camilla. El Señor, al ver la fe de aquellos hombres que llevaban la camilla, dijo al paralítico: ten confianza, hijo, tus pecados te son perdonados. Ciertos escribas pensaron: Este blasfema. Sólo Dios puede perdonar pecados. Ignoraban que estaban ante aquél que tiene poder de perdonar los pecados. Aquél que es Dios y hombre verdadero. Ese poder divino ha sido entregado a los hombres. No a todos; solo a los sacerdotes.

El que crea y sea bautizado se salvará, pero el que no crea se condenará (Mc, 16,16). La fe y el Bautismo son requisitos imprescindibles para alcanzar la salvación. La conversión a la fe de Jesucristo ha de llevar directamente al Bautismo. El santo Bautismo confiere la primera gracia santificante, por la que se perdona el pecado original y también los actuales, si los hay; imprime carácter de cristianos; nos hace hijos de Dios, miembros de la Iglesia, herederos de la gloria y nos habilita para recibir los demás sacramentos. Hay el Bautismo de agua – el sacramento-, el bautismo de deseo (p.e. los catecúmenos que morían antes de ser bautizados), y el bautismo de sangre: los mártires.

Los discípulos de Cristo, los cristianos, debemos estar muy agradecidos a Dios y a nuestros padres por haber recibido el santo Bautismo. Sin fe no podemos agradar a Dios. Lo primero que debemos hace es creer en El. Tiene fe el que practica lo que cree, dice San Agustín. La fe verdadera se hace patente por las obras. Muéstrame la fe sin obras, yo, por las obras te manifestaré mi fe, dice el apóstol Santiago. Fe en Dios, fe en Jesucristo, fe en la Iglesia. La Fe y el Amor también en esta vida nos dan felicidad, paz y alegría. ¡Alabado sea Jesucristo!