Hace unos días murió Ernesto Ramón Fajarnés, estudioso del turismo en Ibiza, especialmente el turismo de los años sesenta que ahora Antonio Escohotado, nuestro gran pensador y filósofo, ha reflejado con mano maestra en su reciente libro de memorias «Mi Ibiza Privada». Ese mundo también lo describió Antoni Serra en un reportaje que a finales de los sesenta publicó en la revista Destino cuyo máximo exponente era otro buen conocedor de Ibiza, Josep Pla. Ramón Fajarnés nos dio varias conferencias y publicaciones sobre las peculiaridades y el cosmopolitismo de aquel turismo libertario que se combinaba con el de los europeos y que encontraba, verbigracia, en una isla de la España de Franco, un espacio de libertad y a la vez un choque de culturas que solo se producía en lo estético, en el aprecio de la arquitectura ibicenca, del folclore, la indumentaria y lo púnico-fenicio con sus terracotas y collares casi hippies. Y digo en lo estético porque el ibicenco lejos de entrometerse en lo ajeno, lejos de imponer, se revuelve en su propia vida y vive y deja vivir: ese es su verdadero cosmopolitismo que parte de sus propias raíces históricas. Ramón fue profesor de Enseñanza Secundaria y uno de los fundadores de la Escuela de Turismo, institución clave en la profesionalización de la actividad turística y de que Ibiza cuente con hoteles y restaurantes y, en general, una hostelería de primer orden. Encabezó también el Fomento de Turismo, organismo que viene propagando las visitas a Baleares desde principios del siglo XX y que puso las bases de la única y verdadera, hasta el momento, fuente de ingresos importante que tenemos y que hay que cuidar porque agujeros como el de Thomas Cook demuestran una dependencia excesiva y no una diversificación, incluso turística, que es en la que tendrían que estar trabajando los políticos.