Hace unos años, cuando un memo soltaba una estupidez en la barra de un bar, ahí se quedaba, entre la indolencia y el desprecio de los presentes, que pasaban del bobo olímpicamente. Eso hoy en día ya no es así, lamentablemente. Todo zopenco dispone ahora de uno —o varios— perfiles en las redes sociales y las memeces acaban amplificadas y multiplicadas por aquellos semejantes que comparten cualquier imbecilidad que aparece en la pantalla de sus teléfonos móviles. Y así surgen hordas de mendrugos difundiendo mensajes absurdos como si se tratara de verdades indiscutibles grabadas a sangre y fuego. Llevamos cinco días de disturbios en Barcelona en los que los partidarios de uno y otro bando se arrojan a la cabeza los actos de violencia que los contrarios protagonizan. A la vez, restan importancia a los perpetrados por los afines a su ideología. Así, para los no independentistas, el Tsunami Democratic moviliza a una legión de vándalos dispuestos a destrozarlo todo y a provocar graves altercados; mientras que los independentistas juzgan cada intervención de los antidisturbios como un uso abusivo e impune de la violencia que ejerce el Estado, devenido ya en fascista.

Igualar a los alborotadores con la Policía es de una indigencia intelectual notable. Pero da igual, porque las redes sociales todo lo aceptan y lo asumen. Si una protesta pacífica degenera por culpa de quien sea en un altercado de orden público, con barricadas ardiendo y lanzamiento de objetos contra las Fuerzas de Seguridad, toda persona en su sano juicio abandona el lugar inmediatamente. Más rápido si oye los mensajes que emite la Policía antes de disolver el tumulto con la fuerza que el caso requiera, según los principios de congruencia, oportunidad y proporcionalidad. Para eso ostentan el monopolio de la fuerza. Si alguien decide enfrentarse a los agentes de la autoridad, debe cargar con las consecuencias.

Pero como hay quienes creen que su libre albedrío está por encima de las leyes y de los derechos de los demás, jaleados por la autoridad que ejerce el president de la Generalitat; como hay quien presume en el Parlament de Catalunya de representar la soberanía del pueblo de Catalunya, cuando tal representatividad no emana de ninguna norma legal, ya que se trata de un parlamento autonómico; como hay quien considera que las sentencias pueden ser ignoradas; pues así tenemos las calles de Barcelona incendiadas. En nombre de la libertad y la democracia, por supuesto.