Formentera fue un día un lugar en el que las puertas de las casas estaban siempre abiertas. Algunos incluso habían olvidado donde guardaban las llaves.

Hace algunos años empezaron los robos en las grandes mansiones de gente adinerada que atesoraban objetos valiosos que empezaron a desaparecer.

Más tarde empezaron a robar en los apartamentos turísticos, cambiando de manos buena parte del presupuesto que el turista había previsto gastar en la isla. Ahora también entran en las segundas residencias que la mayor parte del año están cerradas, forzando puertas o ventanas, para robar cualquier cosa y dejar la puerta o ventana abierta, hasta que alguien lo detecta quizás semanas o meses después.

Pero los residentes continuaban con las puertas abiertas, con la confianza de que a ‘los de casa’ no se les roba.

Pues vayan buscando las llaves, que eso se ha acabado.

Una o varias bandas se dedican a entrar en las casas y a llevarse lo que haya, sin ningún criterio concreto: una cámara, un portátil, dinero, una bicicleta, un equipo de buceo, un móvil. Y la nueva moda es entrar en las casas mientras sus habitantes están durmiendo. Imagínese abrir un ojo y encontrarse a un caco echándole mano a su cartera. Mal asunto.
Que en la isla faltan efectivos de policía local es algo que todos sabemos. Por lo visto, la ley Montoro no permite nuevas contrataciones. Por cierto que Montoro ya hace tiempo que no está pero su ley ahí sigue y nadie la toca.

Y la Guardia Civil con sus refuerzos veraniegos y todo, pues ahí deben estar, a sus cosas.
Una pena enorme te invade cuando la desconfianza se instala en tu casa.

Es lo que tienen los paraísos, que todo el mundo quiere estar en ellos y a ser posible, sacar tajada.