Es curioso que el mismo día en el que Franco abandonaba los altares, Marisol, aquella niña prodigio que la dictadura ensalzó y contra la que se rebeló a golpe de comunismo y habanos, recibiera la noticia de la concesión del Goya de Honor de la Academia de Cine en 2020.

La niña que todas quisimos ser, a la que muchas generaciones imitamos y cuya infancia le fue robada en una cruel mueca de cinismo, renunció a su nombre artístico y se vistió hace décadas de Pepa Flores para recuperar su vida.

Ella hubiese preferido tener un hogar cálido y un beso de su madre cada noche, en vez de los sórdidos pasajes que relató en una entrevista, donde destapó mucho antes del ‘Me Too’ las vergüenzas de productores y de pederastas. Pero es que Marisol fue una pionera en muchas cosas.

Cuando se cansó de que le vendasen los pechos para evitar que la edad se comiese a la gallina de los huevos de oro, respondiendo con verdades en entrevistas, dibujando su verdadero aspecto y protagonizando una liberación femenina que en los 70 sabía a hierba, hubo quienes renegaron de esa nueva identidad e incluso llegaron a afirmar que había muerto y que quien hablaba era una impostora.

Y así el pasado jueves, mientras que muchos celebrábamos el merecido homenaje a una artista que no solo actuó e interpretó decenas de películas y de canciones míticas sino que también fue una de nuestras primeras feministas, a Francisco Franco lo sacaban volando del Valle de los Caídos.

En el instante en el que sus nietos asistían por segunda vez a su bajada a los infiernos, que es donde dicen que terminan los asesinos y las malas personas, muchos familiares de víctimas tiradas a las cunetas y perdidas lamían sus heridas. Ese Valle de los Horrores, que irónicamente alberga una basílica católica donde descansaban los restos del dictador del águila, fue construido con las manos y con la sangre de prisioneros políticos cuyos descendientes han visto por fin fuera de sus muros sus miserias.

Llamaba la atención todo en la puesta en escena de aquella compensación histórica a la memoria de nuestro país. Las banderas preconstitucionales, los ‘Viva Franco’, los curas defendiendo y echando agua bendita a ese personaje y la ‘resurrección’ de Tejero en su nueva despedida, más cerca ya del suelo que de los tanques.

Como escrito por un guion de ‘Los Javis’, el sacerdote que pronunció la homilía en su nuevo ‘hogar’ era hijo a su vez del militar que intentó dar un golpe de estado a su muerte, mientras una ministra con cara de desagrado asistía al teatro con el rostro demudado.

A la misma hora, en algún rincón de Málaga, aquella niña de ojos azules, la mujer que enamoró a un país y que destaparon en una portada con un desnudo robado, sonreía. Ella, retirada de la interpretación desde 1985, con hijas dedicadas a sus dos oficios, pero más felices y más libres de lo que fue ella, se tomaría probablemente un vino brindando por los giros del destino y recordando cómo aquel pequeño dictador que la usó como entretenimiento familiar se disipaba 40 años después.

Porque en España hubo un régimen totalitario y porque seguir permitiendo que se rindiese homenaje a su líder era una de nuestros pecados capitales. A las cosas hay que llamarlas por su nombre y exhumar el dolor y el sometimiento era necesario. No se han reabierto heridas, sino que se han curado.

Marisol ha vivido en el mismo día un acto de justicia poética, viendo reconocida su carrera, la que por el capricho de una Tómbola la llevó a recorrer un rosal de espinas, mientras que nosotros, los que tuvimos la suerte de nacer en una democracia que sigue viva y que hoy lucha de nuevo por alzar su voz y hacerse más fuerte, tenemos el corazón un poco más contento.