El ejecutivo de la socialista Francina Armengol no ha dejado escapar la oportunidad de demostrar que, a sus ojos, Ibiza es tan sólo una isla adyacente al Reino de Mallorca. El reparto de la recaudación del mal llamado Impuesto de Turismo Sostenible es otra muestra de insolencia, injusticia y desprecio hacia nuestra isla. De los 18’7 millones de euros que recaudamos, la mallorquina tan sólo invertirá 10’9 en Ibiza, cual payesa des Amunts que le echa los restos de comida sobrantes a las gallinas. Lo que nació como un impuesto para apaciguar el impacto del turismo sobre el medio ambiente (tal y como se desprende de la exposición de motivos de la Ley que lo crea), se ha convertido en un instrumento para colar inversiones ordinarias que nada tienen que ver con la sostenibilidad. Ampliar institutos u hormigonar la costa con un paseo marítimo mal ejecutado y lleno de deficiencias son pruebas de la inutilidad de este impuesto y del uso fraudulento que de él hace la izquierda tricéfala del Govern Balear, que invierte a su antojo en proyectos que deberían venir previstos en los presupuestos autonómicos que la consellera de hacienda se ha comprometido firmemente en recortar. Tal es su sectarismo y recelo a todo lo que suene o huela a ibicenco que no hay un solo euro destinado a Sant Antoni, que presentó un proyecto para ubicar boyas ecológicas en Cala Salada después de que el Govern prohibiera allí el fondeo de manera abrupta, sin previsión y sin alternativas. Este tributo únicamente alberga un afán recaudatorio para suplir la incapacidad y negligencia de los socialistas y nacionalistas para gestionar un presupuesto. Ibiza no merece tal descrédito y desvergüenza por parte de un gobierno mallorquín que finge representar a los ciudadanos de las cuatro islas.