Después de haber tenido la suerte y la alegría de haber celebrado el pasado viernes, día 1 de este mes, la solemnidad de todos los Santos, mañana tenemos la fiesta de San Carlos, un santo muy importante y del cual tenemos una buena parroquia aquí en nuestra Diócesis.

En efecto, en 1785 el primer Obispo de nuestra diócesis, Mons. Manuel Abad y Lasierra., al establecer las veinte primeras parroquias, quiso dedicar una a San Carlos, de modo que todas las enseñanzas que nos pueden venir de este Santo Obispo sirvan a los que viven allí y también a todos los de nuestras bunas Islas de Ibiza y Formentera.

Y es un Santo al que estimo mucho y de Él no sólo yo, que como Él soy también Obispo, sino todos podemos aprender cosas para nuestra vida en los años de existencia aquí en la tierra. Viviendo yo en Roma cerca de la casa donde yo vivía había un templo dedicado a San Carlos, donde había una importante y grande reliquia suya.

Y en Milán, donde fue Arzobispo en la Catedral de allí se encuentra su cuerpo, que tuve la suerte de visitar algunas veces que fui a esa gran ciudad.

Y Él nació en un pueblo del norte de Italia llamado Arona, que yo tuve la suerte de estar en una ocasión en ese pueblo para visitar a una familia amiga que me había ayudado en África y allí vi la estupenda imagen de San Carlos que tienen en la montaña: s una estatua de 25 metros sobre un pedestal de 11 metros, y colocada sólo 68 años después de su muerte.

Con esa estatua, pues, en ese pueblo quieren dejarnos una buena, grande idea y enseñanza de quien fue San Carlos y el bien que nos puede hacer sus enseñanzas.

Celebrando, pues, mañana la fiesta de San Carlos nos preguntamos: ¿Qué es un santo? Y la respuesta es que un santo es la persona que después de haber cumplido en la tierra el encargo que Dios le ha hecho, ahora está para siempre en el cielo y es nuestro defensor e intercesor.

Siendo los santos personas agradables a Dios y pueden ser nuestros intercesores y obtenernos las gracias de las que tenemos necesidad y no hemos solo de invocarlos y venerarlos sino también imitarlos.

San Carlos Borromeo fue una persona que tomó muy en serio las palabras de Jesús; «Quien ahorra su vida, la pierde, pero el que gasta su vida por Mí, la ganará». Era de familia muy rica. Su hermano mayor, a quien correspondía la mayor parte de la herencia, murió repentinamente al caer de un caballo.

Él consideró la muerte de su hermano como un aviso enviado por el cielo, para estar preparado porque el día menos pensado llega Dios por medio de la muerte a pedirnos cuentas.

Renunció a sus riquezas y fue ordenado sacerdote y más tarde Arzobispo de Milán. Como obispo, su diócesis que reunía a los pueblos de Lombardía, Venecia, Suiza, Piamonte y Liguria. Los atendía a todos. Su escudo llevaba una sola palabra: «Humilitas», humildad. Él, siendo noble y riquísimo, vivía cerca del pueblo, privándose de lujos. Fue llamado con razón «padre de los pobres»

Para con los necesitados era supremamente comprensivo. Para con sus colaboradores era muy amigable y atento, pero exigente. Y para consigo mismo era exigentísimo y severo.
Fue blanco de un vil atentado, mientras rezaba en su capilla, pero salió ileso, perdonando generosamente al agresor. Fundó seminarios para formar sacerdotes bien preparados, y redactó para esos institutos unos reglamentos tan sabios, que muchos obispos los copiaron para organizar según ellos sus propios seminarios.

Fue amigo de San Pío V, San Francisco de Borja, San Felipe Neri, San Félix de Cantalicio y San Andrés Avelino y de varios santos más.

Murió joven y pobre, habiendo enriquecido enormemente a muchos con la gracia. ……murió diciendo: «Ya voy, Señor, ya voy».

En Milán casi nadie durmió esa noche, ante la tremenda noticia de que su queridísimo Arzobispo, estaba agonizando.

Repasando su vida podemos ver que su labor supuso una mejora de las costumbres y un incremento de la vida cristiana en su diócesis. Toda una enseñanza y un programa para nuestra vida. Que su celebración nos ayude a ser así, a caminar así, y vivir mejor en nuestras Islas.