Los que me conocen y me sufren saben que tengo el síndrome, si lo hay, de querer ser lo que no soy. Estoy muy orgulloso de haber nacido en Madrid pero después de diez años y unos meses en esta isla creo que ya soy un poco ibicenco. Pero también, gracias a que mis padres ponían cintas de Labordeta en el coche y a que tengo primos maravillosos de Zaragoza, me siento bastante aragonés y aún se me eriza la piel escuchando Esta tierra es Aragón... Trabajé un tiempo en una televisión local de Ávila y allí, dentro de la muralla y entre el frío, comprobé que hay que gente increíble a la que después de tantos años sigo considerando amigos. Incluso, cuando suena Korrontzi o Huntza, dos grupos de Euskadi a los que, teóricamente nada me une, admiro tanto su cultura que en ocasiones siento la tentación de coger la maleta para irme a Getxo, Bilbao o Portugalete pensando si tendré algún gen vasco. Y qué decir de Cádiz. Allí he descubierto que hay que disfrutar de la vida aunque te vengan mal dadas, en Tarifa volé entre cometas, en Vejer de la Frontera viví una luna de miel maravillosa, en Barbate me comí el mejor atún de almadraba de mi vida y en el barrio del Pópulo de la Tacita de Plata disfruté como el enano que soy. En Badajoz está Menchu, una amiga con la que no hablas en meses pero simpre está ahí para echarse unas risas por teléfono, en Almería más de lo mismo con Laura, una compañera de carrera con la que compartimos nuestras ganas de seguir adelante en esta vida perreada, y en Cataluña mi yaya Antonia y mi tieta adoptiva Roser me enseñaron a cantar Baixant de la Font Del Gat y a coger cargols siempre con una sonrisa. Y por supuesto, aunque no nací allí, soy más de Adobes, mi pueblo entre Guadalajara y Teruel, que su iglesia y el cañuelo. Por eso... ¿qué soy yo? Tal vez un español que respeta y ama las gentes y costumbres distintas de nuestro país sin, como decía el miércoles Agus Barandiaran en una entrevista que le hice para este periódico, «creerme más que nadie y sin pisar a los demás». Una reflexión, por cierto, que tal vez deberían tener en cuenta los intransigentes. De un lado y de otro.