Los políticos actuales pretenden convertirse en algo así como estrellas de rock y lograr histéricos fans. Pero hace tiempo que un cierto cinismo invade a los españoles, que piden a los políticos que administren mejor los impuestos confiscatorios y, en la medida de lo posible, les dejen tranquilos. Como Diógenes, al cual Alejandro ofreció lo que quisiera y respondió: «Que te apartes un poco, que me tapas el sol». Como Lao Tsé, quien ya dijo esa fabulosa sentencia taoísta: «Gobierno imperceptible, pueblo feliz; gobierno solícito, pueblo desgraciado».

Hay que tener mucho cuidado con los gobiernos que pretenden dictarnos cómo vivir. Hoy se cumplen treinta años de la caída del Muro de Berlín y el final del sistema más largo y atroz que ha conocido la humanidad. El comunismo fue impuesto con millones de muertos por la bota soviética. Falseaban conceptos hasta el absurdo, como eso de llamar República Democrática Alemana a la parte esclavizada por el Estado. Y tenían pensadores al otro lado del telón de acero, que vivían en libertad pero alababan el yugo igualitario del todos iguales, todos jodidos. ¿El opio de los intelectuales? Solo lo era de algunos caraduras a sueldo o idealistas que se negaban a ver la realidad. El Viaje de Vuelta, de Andre Gide, desenmascaró la mentira soviética (otros hubo mucho antes, pero Gide era un «comunista de corazón»). ¿La consecuencia? Que incluso un gran poeta, como Pepe Bergamín, lo dejó fuera de un congreso literario en París por osar criticar al nuevo dios del comunismo.

El muro cayó porque su economía se fue a pique, pero jodieron la vida y sueños de varias generaciones. Tras el empacho idealista, a los políticos actuales solo les pedimos que roben menos y gestionen mejor.