Casi me caigo de la silla al leer un comentario de Juan Carlos Monedero, el de Podemos, refiriéndose a «los humildes» que habían votado a la extrema derecha en las elecciones del domingo. Desde su cátedra de Twitter. aludía al voto de algunas zonas que habían optado por el partido de la coz. Y digo que casi me caigo (del susto) pues sólo unos minutos antes un representante del partido de Abascal en las Islas había destacado la cantidad de votos que en Palma habían ido a su formación. Concretamente, en una conversación informal, se había referido a «las zonas humildes» de Palma que les votaban. Ingenuo de mí, le había dicho que también se definen ideológicamente las personas por las palabras que usan. Volví los ojos al móvil y me crucé con el comentario de Monedero. No sé que tiene que ver la humildad con la conciencia social y no me pasa por la cabeza que alguien pueda referirse como «humildes» a quienes viven en barrios obreros –estén trabajando o en paro– cuyo día a día es, en el fondo, idéntico al del resto de la gente. Salgo huyendo cuando sale la palabra ‘humildad’ en una conversación. Si alguien la utiliza refiriéndose a una tercera persona, siempre imagino que lo hace con condescendencia o que la está juzgando. Y, desde luego, no puedo con quienes presumen de humildad pues eso me parece el acto máximo de soberbia. El personaje más malo malísimo de David Copperfield (peor que el señor y la señora Murdstone ) es Uriah Heepp, que presume de humilde y que no es más que la estampa del servil. Es cierto que humildad se utiliza como sinónimo de paria de la tierra. Pero creo que no tiene nada que ver; que la humildad es un concepto que no se puede relacionar con el origen ni, mucho menos, con el voto. Quien vota fascista, es fascista cuando vota fascista. Lo sepa o no lo sepa. Le hayan engañado o no. Sea humilde o no lo sea.