A España le pasa lo mismo que a los españoles, que hace doce años nos dijeron que lo nuestro valía millones, nos endeudamos hasta las cejas creyéndonos ricos y poco después nos pegaron tal hachazo que todavía no nos atrevemos a levantar la cabeza por si nos cercenan el flequillo. Los mindundis de a pie sorteamos el tsunami financiero como podemos, intentando no endeudarnos ni un euro más y pagando a paso de tortuga el dineral que aún debemos, un agujero negro que parece tragarse todo lo que está a su alcance. Fuera lujos, el cinturón bien apretado y tratar de hacer las cosas básicas con los salarios congelados desde hace años previo recorte. A nivel nacional las cosas son igual de dramáticas, sólo que ellos cuentan con un chorro de dinero que creen interminable y que sale directamente de nuestros depauperados bolsillos. Pero no basta, claro que no, porque los lujos de los años de la bonanza siguen en pie e incluso se han animado a permitirse algunos más. Se han cansado de hablar de recortes y en realidad no se ha recortado nada, al contrario, el gasto público se ha disparado. Los guardianes de Bruselas tuercen el morro, acaban de recibir el proyecto de cuentas para el año que viene que les envió el Gobierno de Sánchez en funciones y ya han empezado a temblar. Es el cuarto año que reciben presupuestos de Alicia en el país de las Maravillas. Rajoy también los hacía. Dicen que así no vamos, que el riesgo de aumentar la deuda y el déficit da miedo. No saben lo que les espera. Si el pacto Sánchez-Iglesias sigue adelante se pueden preparar. La fiesta del gasto público va a ser antológica.